Diario de Ibiza

Diario de Ibiza

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Prats, Xescu

El terrible error de perder lo nuestro

Lo ocurrido en Francia con el ministro francés de Educación, Jean-Michel Blanquer, constituye el ejemplo definitivo de hasta qué punto se ha deteriorado la imagen de Ibiza en el mundo. El político se encontraba de vacaciones en la isla el 2 de enero, cuando anunció el protocolo covid que regiría en las escuelas tras las fiestas navideñas. Por esta razón, le llovió una catarata de críticas, incluidas peticiones de dimisión por parte de casi todos los partidos políticos. No es que a Blanquer no le amparase el derecho a estar de vacaciones por Año Nuevo, ya que eso en Francia no se discute; sino que el grave problema para su imagen pública es que se encontraba en Ibiza, imaginamos que dando paseos por Corona y disfrutando de algún ‘bullit de peix’, pues poco más puede hacerse en esta época.

El ministro, sin embargo, ha acabado pidiendo perdón y mostrando su arrepentimiento por haber elegido nuestra isla, «por el simbolismo» implícito; es decir, por la mala fama de ser una isla bacanal, como si aquí solo se pudiese venir a despendolar salvajemente. Esta imagen adulterada, un dramático lastre para la isla, no proviene de las campañas promocionales que desarrollan las instituciones, que van orientadas justamente en el sentido contrario, sino que debemos agradecérselo al sector del ocio y a la millonaria inversión publicitaria en el negocio de la fiesta, que fagocita todo lo demás.

La patronal del ocio insiste machaconamente en que la isla, sin discotecas y beach clubs, perdería su encanto y moriría como destino turístico, dando a entender que, por tanto, hay que soportar sus abusos sin rechistar. Por ejemplo, la transformación de ciertas playas en escenario diario de festivales o que algunos establecimientos se ha-yan pasado por el arco del triunfo los protocolos covid, permitiendo que en su interior la fiesta haya seguido como si no estuviésemos en pandemia. Mientras esto último ocurría, los demás han callado y hasta hemos tenido que escuchar a sus representan-tes aludir a la «ejemplaridad» del sector, pese a los comportamientos nefastos y las denuncias interpuestas. Qué rápido han olvidado lo magníficamente que han trabaja-do, por ejemplo, los restaurantes de buena parte de la isla cuando el sector del ocio ha estado bajo mínimos y ha acudido a Ibiza un público diferente, que les ha aportado cifras récord.

Incluso hemos leído, en una amplia entrevista en este diario, cómo el empresario Abel Matutes (hijo) aún no tiene suficiente lujo y fiesta con los negocios que regenta, incluido este nuevo hotel solo para adultos en Sant Antoni, que será un todo incluido pre-mium, lo que impedirá que la riqueza de sus clientes se reparta por los alrededores. Afirmaba también que el lujo se retroalimenta y que lo que Ibiza necesita son más centros comerciales y campos de golf. Lo que hay que oír.

Por eso, cuando únicamente podemos esforzarnos en conservar aquello que define la identidad de las Pitiusas para contrarrestar esta omnipresencia del lujo y la fiesta, ya que todo lo nuevo que abre va orientado en este sentido, resulta muy triste leer cómo el Consell de Formentera ha comenzado a vilipendiar un patrimonio tan excepcional y único como son sus chiringuitos de playa, último reducto de ese turismo auténtico, familiar y exento de etiquetas. Formentera sigue una fórmula parecida a lo que ya ocurrió en Sant Josep, con esa subasta que culminó con un montón de lotes en manos de un delincuente y la expulsión de algunas de las familias que habían regentado hamacas y kioscos durante décadas, manteniendo las playas en perfecto estado y a los mismos clientes durante generaciones, por su simpatía y cercanía.

Formentera ahora tiene que adjudicar nuevamente sus concesiones por un periodo de seis años prorrogable a otros dos, y se han presentado 111 licitadores. Hay chiringuitos que tienen hasta diez y quince pretendientes. Dice el Consell, que ya intuye la que se avecina, que debe respetarse la libre concurrencia y que se primarán, por encima de la oferta económica, las cuestiones medioambientales, los derechos laborales, etcétera. Estos condicionantes, que en ningún caso reconocen el trabajo bien hecho y la tradición de tantos años, también se sortean con dinero. No impedirán que, muy proba-blemente, pasen a manos de empresas foráneas que les extirparán su carácter y acabarán convirtiendo en beach clubs de lujo en pequeño formato, para recuperar la inversión realizada. Tiempo al tiempo.

Las instituciones, aunque les cueste, deben buscar fórmulas para garantizar que estos negocios y otros siguen en buenas manos. Son parte de nuestra cultura, un símbolo del hedonismo bien entendido que los ibicencos siempre han dispensado a sus clientes y en su momento contribuyeron a situarnos en el mapamundi del turismo. El día en que en el Kiosco Bartolo, en vez de cerveza fría y tortilla, te sirvan sushi y Moët Chandon, estamos apañados. A este paso no quedará nada.

@xescuprats

Compartir el artículo

stats