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Pilar Galán

Maternidad

Yo no creo que las mujeres jóvenes no tengan hijos por egoísmo puro y duro, como escuchamos a veces. Tampoco creo que sea obligatorio tenerlos, por supuesto, pero para quien quiere ser madre el camino no está hecho de rosas, sino de espinas que nos quieren hacer pasar por rosas.

Primero nos engañan con la idea de que congelar los óvulos es garantizar una vida laboral estable y fructífera y después, una maternidad elegida cuando una quiera, sin sobresaltos ni sorpresas desagradables. En esa trampa caen cada vez más mujeres a las que se les dice que ser madre a los cincuenta es maravilloso porque aprendes de la experiencia y puedes aportar mucho a tu bebé.

Lo que nadie te dice es que ese bebé va a pasar de tu experiencia para exigir que te tires por el suelo a jugar con él, que no duermas lo que te corresponde o que comas a deshora y a salto de mata. Los cincuenta no son los nuevos veinte, o sí, pero solo en las portadas de las revistas.

Tampoco congelar los óvulos te garantiza un embarazo, porque el cuerpo no entiende de jornadas laborales, y sí de relojes biológicos, o si te quedas embarazada, ni tu corazón ni tus huesos responderán como hubieran respondido a los veinte. Y si decides no esperar, el mundo no se confabula para ayudarte a conseguir tu propósito, como nos dicen los libros de autoayuda, sino todo lo contrario, se eriza hasta volverse un lugar hostil, mucho más para quienes viven en las grandes ciudades.

Entonces, los abuelos se convierten en cuidadores, las guarderías, en lugares de almacenamiento de niños durante horas, y la llegada a casa, en la escalada del Everest. Nos hemos visto envueltos en situaciones así, cuando los abuelos deberían ejercer como tales, las guarderías deberían responder a su propósito de enseñar jugando a convivir y a compartir con otros niños, y la noche debería ser el territorio del cuento, el baño calentito y las buenas noches, y no la pesadilla de la lavadora, la comida del día siguiente y la ropa como un espantapájaros en la silla del dormitorio. En las ciudades pequeñas y en los pueblos, la vida es más fácil pero tampoco un paraíso. Y puede que dé igual que nazcan o no niños en este país cada vez más envejecido. Y puede que para la economía, motor del mundo, las madres no sean productivas, y se prefiera a los hombres, que no suelen quedarse embarazados. Pero me pregunto qué pasará cuando la pirámide de población sea apenas un hilo en la base y nadie trabaje para cuidar o mantener las pensiones por encima de los ochenta años.

Eso en cuanto a la economía, porque en cuanto a la vida, será muy triste vivir en un lugar donde los parques están vacíos, los colegios se cierran y en las calles no estalla la risa de los niños, tan poco productiva, tan poco rentable, y al mismo tiempo, tan necesaria y tan hermosa.

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