Improvisar es de valientes, pero también de personas que guardan en el bolsillo trasero del pantalón la inteligencia. No está mal, no, pero mejor enchufar la báscula y pesar. Sopesar. Improvisar una comida con amigos es un placer; improvisar, a última hora, asistir a la presentación de un libro, una película o una obra de teatro es más que bien, es un milagro, e improvisar asistir al estreno de una compañía de danza es extraordinario. Improvisaciones que, a corto plazo, te garantizan satisfacción o la otra cara de la moneda, espanto. Un espanto subsanable porque tan solo está en juego el precio de una entrada, el carbón de las parrillas o el tiempo empleado. Sin embargo hay personas que van más allá e incluso improvisan tener un hijo. Un día se levantan con su boca y al siguiente, una boca más, miles de pañales y, lo que es más, kilómetros de educación por impartir. Horror. De ciertas improvisaciones no se puede eludir la responsabilidad, pero lo hacen e improvisan una infancia mate, una adolescencia alocada y crean un adulto improvisado. ¿Qué tal llevamos el bolsillo trasero del pantalón? ¿ Vacío? Está bien. La inteligencia está en uso.
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