Diario de Ibiza

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Si lee usted que un médico con un máster de tres meses de recorrido ha llevado a cabo una liposucción de la que su paciente no ha salido con vida, al acabar los estremecimientos puede que le asalte la nostalgia. En particular, para quienes tienen mi edad, la de aquellos años pre-Bolonia en la que los planes de estudio eran más bien mediocres pero no existían universidades destinadas a hacer negocio como objetivo esencial ni en las facultades de medicina ni en ninguna otra. Ahora que son todas, las privadas pero también las públicas, las que se retuercen los sesos con tal de poder ofrecer algún máster de la señorita Pepis a precio de postgrado en Yale, mirar hacia atrás es una tentación difícil de dejar de lado.

Los integrantes de la gauche-caviar posmoderna, que son tantos como para no recordar nombre alguno pero se encuentran enseguida porque no paran de defender a Garzón (cualquiera de los dos), los posmodernos, digo, utilizan el adjetivo de nostálgico como insulto, por medio de un diminutivo con aires de desprecio que tampoco recuerdo —se ve que la nostalgia va de la mano de la falta de memoria, o quizá del muy escaso interés y nula atención—, para descalificar a aquellos que piensan que algún tiempo pasado tuvo la desfachatez de ser mejor. Aunque el argumento flaquea cuando uno recuerda —esta vez, sí— los nombres de los columnistas, pintores, escritores e incluso políticos de antes. Los de la transición a la España constitucionalista, pongamos. Aunque este último ejemplo suele ser de los que más les enerva a los posmodernos porque meterse con Picasso, Joan Miró o Juan Gris todavía no se estila —todo llegará— pero poner a parir panteras a Adolfo Suárez, Felipe González, Santiago Carillo o Manuel Fraga porque lograron pactar algo inimaginable en estos momentos resulta pan de cada día. Da hasta risa pensar en el texto constitucional en el que podrían llegar a coincidir hoy Pedro Sánchez, Yolanda Díaz, Inés Arrimadas y Santiago Abascal. Añadir los nacionalistas vascos y catalanes llevaría la risa a espasmo. Pero no se le ocurra ni siquiera pensar en algo semejante porque se le tachará de nostálgico irredento. Y como diga usted encima que le gustan Rossini, Puccini y Verdi, ser llamado fascista sería hasta un consuelo.

La nostalgia no es tanto añoranza como desesperación, un sentimiento incluso de pánico que surge al echar una ojeada alrededor y tener que decirse a uno mismo que es lo que hay. Como es natural, eso ya se había dicho antes. Entrecomillo una cita acerca de los nostálgicos hecha, por supuesto, en un contexto muy diferente: «se percibe que no hay tanta nostalgia como evidencia de que ni la vida ni la historia han sido como las esperaban ni como se las merecían». La fecha es de 1993 y el autor es Manuel Vázquez Montalbán.

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