Mi memoria, vaga ya por el tiempo transcurrido, guarda recuerdos tanto dulces como amargos de la noche de Reyes. La decepción por la bici que recibieron mis hermanos y que yo tuve que esperar un par de años más, la ilusión y los muchos juguetes de todo tipo... Son imágenes difusas que encima endulzamos y edulcoramos con los años, por lo que difieren bastante de lo que realmente sucedió. La memoria es selectiva y caprichosa, capciosa incluso, y nos podemos fiar de ella lo imprescindible; pero es la materia con la que nos hemos moldeado y que finalmente quedará, si la salud lo permite, para rememorar lo que fuimos y explicar lo que seremos. Lo que me queda de mi infancia en estos días de regalos es una ligera sonrisa, no llego a más. Son más amargos los tragos provocados precisamente por la falta de salud en nuestro entorno. Esos son los importantes, los que hay que saborear desde el recuerdo amable y la resignación serena de lo inevitable. Aunque suene sensiblero, son precisamente las ausencias las que más presencia tienen en estas fechas. Y por eso resulta tan necesario disfrutar de lo que tenemos, porque algún día se irá. El mejor regalo es pasar esta puñetera crisis sanitaria sin más bajas. Y recordar a los que se fueron, y no sólo por el covid.