Opinión

La vida real está en la pescadería

Son poco más de las ocho de la mañana del día de Nochebuena y apenas hay sitio frente al puesto de pescado de María Rosa, cuajado de carabineros, ostras, gamba roja, vieiras y percebes. Hay más ambiente en ese rincón del Mercat Nou del que habrá en la mayoría de casas esa misma noche. Entre cuarto y mitad de langostinos y una red de chirlas, el respetable se desahoga. No es la barra del bar, pero para el caso es lo mismo. El malestar, a pesar de los metros de espumillón y los gorritos de Papá Noel, es palpable. Unos están tristes por las sillas vacías. Los que se fueron, los que no se han arriesgado a coger un avión, los que están en cuarentena, los que no les llevarán a los nietos para protegerles... Será por motivos. Otros esperan callados, mirando a los ojos a una roja. La pandemia les ha dejado vacíos. Sin ganas. Sin ilusión. Sin esperanzas. Sin sueños. Sin trabajo. Sin casa. Alguno muestra su rabia. Contra todo. Y contra todos. Vacunarse está mal. Las mascarillas están peor. Los negacionistas, esos grandes sabios. De los precios y los sueldos mejor no hablar. Y a los políticos, ni mentárselos. Esa misma noche las redes y las televisiones se llenan de mensajes de políticos y el jefe de Estado. Todos ellos a años luz de la vida real, de una pescadería a las ocho de la mañana el día de Nochebuena.

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