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Mónica Vázquez

¿Qué será del cine?

Nunca he sido muy amiga de las películas en tres dimensiones. Me mareaba una tecnología que quizá pillé demasiado temprano, intentando impresionar al espectador con juegos de profundidad y gestos forzados que pretendían hacernos sentir parte de la película y sin embargo, de algún modo, conseguían empobrecer la experiencia de la historia hasta el punto del hastío. Siempre me pareció absurdo intentar hacer del cine otra cosa distinta: la pantalla es mágica de por sí, ¿por qué cambiar algo que funciona? ¿Por qué intentar modernizar la experiencia de ver películas, hasta el punto en el que se convierte en algo completamente distinto? Amén de que algunos tan solo queremos ver películas, no vivirlas. Todos esos experimentos para enriquecer la experiencia audiovisual de ir al cine se me antojaba al equivalente de un chef intentando mejorar algo que ya es perfecto, intentando vendernos una pizza de paella: por qué, qué estás haciendo, y no gracias.

Quizá fue esa temprana frustración estética la que me empujó a especializarme en el fenómeno de inmersión, haciendo un doctorado en literatura y realidad virtual. Pero si una cosa me ha enseñado el doctorado es a aceptar cuándo uno está equivocado y cambiar de rumbo de acuerdo con lo aprendido. Y con el tiempo he descubierto -muy alegremente, he de añadir- lo equivocada que estaba al decir que una película es un viaje emocional y mental, y no una experiencia física, y que el cine debería quedarse donde estaba: en la pantalla, y nada más.

Primero fue ‘Shang-Chi: la leyenda de los diez anillos’, seguida de ‘Venom: Let There Be Carnage’, y por supuesto, ‘Dune’. Y tras haberlas visto en una sala con tecnología 4DX se me cayeron de un plumazo todos los prejuicios que creo haber ido recogiendo con los años, sin darme cuenta. Disfruté como una niña, dejándome llevar por unas butacas que se movían al ritmo de la imagen y de la historia, sacudiendo mis expectativas. El sonido me envolvía, vivo y caprichoso, y mi centro gravitacional se deslizaba para encajar con la imagen. Bailábamos al ritmo del dibujo visual que marcaba el movimiento de la cámara. Podía sentir el viento en mi cara y, si bien sería una fracción de la respuesta sensorial de lo que sería estar allí, ese coqueteo de equivalencia, lejos de molestar, añadía un toque de picardía a la experiencia que jamás habría sabido que echaría de menos si no me hubiese lanzado a probarlo, si hubiese escuchado a esa voz del pasado a la que es tan fácil apegarse. Pero el futuro está más allá de la frontera de lo conocido, es dar un paso hacia delante y atreverse a descubrir qué nos espera. En un mundo en el que la realidad virtual está cada vez más presente en nuestras vidas, es imposible cerrar el diálogo de cómo será el mundo del cine, del arte y el entretenimiento en el futuro. Es imposible decir, con seguridad, así es como son las cosas y como siempre serán. Somos víctimas afortunadas del avance de la tecnología, así que cabe preguntar: ¿qué será del cine mañana?

Mónica Vázquez | Periodista y música

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