Diario de Ibiza

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Sueñan las gasolineras por las noches? Me lo pregunto porque son las dos de la madrugada y acabo de detenerme en una muy iluminada, aunque por completo vacía. El contraste entre la iluminación y el vacío me ha hecho pensar que la gasolinera, pese a su inactividad, mantenía una extraña actividad cerebral. Quizá soñaba. Me ha dado miedo salir del automóvil, pero no me quedaba otro remedio, pues llevaba el depósito vacío y no era cuestión de quedarse tirado en medio de la noche, a cero grados de temperatura. Me he acercado a la tienda, de la que salía también un resplandor extraño, pero en cuyo interior no había nadie, nadie humano al menos. He alcanzado, desde fuera, a ver unos peluches que tenían la sonrisa petrificada, como si se les hubiera congelado de golpe, al advertir mi presencia al otro lado del cristal.

Finalmente, temblando de miedo y frío, he logrado cargar el depósito y pagar con la tarjeta de crédito. La verdad es que estaba todo estaba muy bien organizado. Era mi miedo lo que me impedía actuar con rapidez. Tras repostar, más tranquilo, me he atrevido a rodear andando el edificio y he tenido de nuevo la impresión de que la gasolinera soñaba. Soñaban los surtidores, y el aparato de dar aire a los neumáticos y el túnel de lavado, que recordaba un poco a los túneles por los que se alcanza el más allá. Me asomé, por si al fondo aparecieran mis familiares muertos haciéndome señales, pero no vi a nadie.

La gasolinera soñaba, de eso no tengo la menor duda.

Llegué a casa a las seis de la mañana con la imagen del establecimiento resplandeciente en la cabeza y me metí en la cama, pues estaba agotado del viaje nocturno. Al cerrar los ojos, me vi de nuevo caminando entre los surtidores y también mi cuerpo despedía una extraña luz, una luz que identifiqué con la del mundo de la oscuridad. Resulta paradójico que el mundo de la oscuridad sea capaz de emitir una luz, pero lo cierto es que la vi. Era la luz del infierno, la luz del fondo de los pozos, la luz de las cuevas prehistóricas, la luz del cuarto de las ratas. Era la luz de mi negra infancia, la habría reconocido en cualquier sitio y a muchos metros de distancia. Pero la pregunta principal seguía en pie: ¿En qué rayos sueñan las gasolineras perdidas en medio de la nada?

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