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Aracey Robustillo

Qué necesidad de viajar

«La Navidad está a la vuelta de la esquina y hay millones de emigrantes repartidos por Europa»

Viajar es un vicio que engancha, como casi todos, para qué nos vamos a engañar. Y que, sin embargo, debería ser obligatorio o al menos recomendado por prescripción médica. Cura de la ignorancia, del racismo, del nacionalismo y hasta del miedo; y nos abre la mente y los ojos a culturas, idiomas, sabores y olores, que nos regalan una cura de humildad impagable, porque nos hacen darnos cuenta de lo pequeños que somos, nosotros y nuestro ‘mundo’. Durante los meses de encierro fue una de las cosas que más eché en falta por todo lo que significa: la libertad, el aprendizaje, el disfrute. De todo lo que nos ha arrebatado el coronavirus, sin duda, la libertad de recorrer el mundo con la seguridad y la confianza de antes de la pandemia es una de las más alienantes. Y saber si algún día volveremos a recuperar ese privilegio parece cada día más improbable, porque el miedo es libre y las certezas cada vez son menos.

Y sin embargo, como en todo lo demás en esta crisis sanitaria, hemos tenido momentos de ‘oasis en el desierto’, de creer que todo era recuperable y que un día todo quedaría atrás, como en un mal sueño, y volveríamos a lo que fue. Por eso cuando llegó la esperada vacuna y los aviones volvieron a surcar los cielos con regularidad, fuimos muchos a los que nos faltó tiempo para rescatar el pasaporte del cajón olvidado y quitarle el polvo a la maleta. Aunque la alegría y la sensación de alivio no nos ha durado mucho. Porque ahora resulta, que ese ‘bicho’ que creíamos controlado con porcentajes de inoculación que presumen de ser de los más altos de Europa, ha vuelto a mutar, y con la nueva variante, ómicron, las inmunidades ya no parecen tan indiscutibles y los más precavidos han vuelto a sacar las restricciones a pasear. Así que a las puertas del puente más esperado, este de diciembre que ya llevamos a medio andar, las ilusiones de muchos se han visto otra vez truncadas y ha habido que volver a ‘recular’, porque no queda otra.

Con este panorama las agencias de viaje lamentaban la semana pasada nuevos aplazamientos y cancelaciones por el temor de sus clientes a limitaciones, cuarentenas, pruebas diagnósticas o brotes, pero sobre todo, por la incertidumbre y la falta de claridad y homogeneidad que en estos momentos rige en nuestro país y en el resto de Europa sobre el tema. En España, sin ir más lejos, el certificado de vacunación era necesario el pasado fin de semana para acceder a la hostelería, el ocio nocturno o los centros sanitarios, entre otras cosas, en nueve comunidades autónomas, mientras que en otras seis, entre ellas Extremadura, había libertad total de movimientos.

Pero es que la cosa se complicaba todavía más si el destino elegido era internacional y se llegaba a él por puerto o aeropuerto, porque en esos supuestos las recomendaciones y medidas de seguridad son tan dispares que es complicado, por no decir imposible, estar al día de qué está en vigor en cada momento y, además, nadie nos garantiza los cambios que puede haber en cuestión de horas. Países que piden test de antígenos a los ya vacunados, PCR para a los que no lo están y también para los que sí lo están, por si acaso, cuarentenas en destino dependiendo del país de origen, confinamientos a la vuelta... Un galimatías que sin duda le ha quitado las ganas hasta ‘al más pintado’ de salir de casa, porque total, ¿qué necesidad de viajar hay?

Pues lo que nadie parece contemplar, o al menos no lo parece, es que para muchos sí que lo es. Es más, es imperativo. Que la Navidad está a la vuelta de la esquina y que en estos momentos hay miles, millones de emigrantes repartidos por el viejo continente, que durante muchos años sobrellevaron mejor estar fuera de casa, porque daban por sentado que en cualquier momento se podían subir en un avión y volver abrazar a los suyos. Las compañías de bajo coste y la ya manida ‘globalización’ han acortado metafóricamente durante décadas los kilómetros que separaban a muchos ciudadanos de sus familias. Y en todo ese tiempo solo ellos y sus circunstancias económicas y personales han decidido cuándo y cómo viajar a sus países de origen, y son los que se están llevando la peor parte de la limitación de movimientos en Europa. Porque para ellos no es vicio, es una necesidad.

Aracely R. Robustillo | Periodista

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