Diario de Ibiza

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Me llama un amigo que tiene entradas para el estreno de una obra de teatro y al que le ha surgido un viaje que le impide utilizarlas. Me las pasa, pero el día de la representación me duele la cabeza y se las ofrezco a un tercero. Ahí las pierdo de vista. Ignoro si habrán seguido corriendo o no. Al día siguiente del estreno, veo una referencia en el telediario.

-Tuve entradas para esa obra -le digo a mi mujer.

-¿Y qué hiciste con ellas?

-Se las pasé a los Íñiguez porque me dolía la cabeza. Creo que te lo dije.

-Creo que no -dice ella.

La frustración por no haberlas aprovechado me corroe de súbito. ¡Tener entradas¡ para algo, no importa para qué, constituye un privilegio. Me vienen a la memoria las del cine, cuando era pequeño. Aquel frágil papel me garantizaba tres horas (dos películas en sesión continua) de huida de la realidad. Luego vinieron las entradas del teatro, las de los conciertos, las de los museos, las de las discotecas… Había (todavía hay) bares que te imprimían un sello en la muñeca para que pudieras entrar y salir sin pagar más de una vez. La entrada es un símbolo de poder. Pienso en las pobres gentes que se agolpan sin entrada en las fronteras europeas. Un mundo sin entradas es un mundo helado. Cuando voy al híper, me gusta coger número para la carne, para el pescado, para la fruta, para la panadería, para todo. Aunque luego no voy más que a un par de esos establecimientos, la posesión de los números me tranquiliza, me llena, me proporciona seguridad.

La venta de entradas es un gran negocio, tanto que muchas de ellas están controladas por las mafias. Hacen falta entradas hasta para meterse en una patera, que es jugarse la vida. Ahora mismo, en la Administración de Loterías y Apuestas del Estado de mi barrio hay cola para adquirir un décimo. El décimo conserva la forma de las entradas antiguas. Cuando consigo el mío, salgo con él en la mano con el gesto con el que de adolescente entraba en el cine. Con el décimo, si te toca, entras en la riqueza. Hasta el 22 de diciembre puedes vivir con esa ilusión. ¿No conocen ustedes a nadie que coleccione entradas?

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