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Jorge Fauró

Lo lavaba con Ariel

«Series, libros y trabajos periodísticos sobre el franquismo permiten a la generación del ‘baby boom’ conocer un periodo histórico que los colegios de hace 40 años se empeñaron en no enseñarnos»

Al cabo de los años comprendí por qué entre los de mi generación existía un incomprensible vacío docente respecto al franquismo: nuestros padres rara vez entraban en detalles, bien por pasar página, bien por la incomodidad que les producía en democracia su obligada afección al régimen, pues no habían conocido otra cosa. Pero lo cierto es que nunca acababan de enseñárnoslo en el colegio.

Los planes de estudios hoy denostados de la EGB y el COU se quedaban en los prolegómenos de la Europa de preguerras o, como mucho, en la Revolución del 17, de modo que en junio nos quedábamos sin saber por qué había estallado la Guerra Civil y si el Dragon Rapide era el ser mitológico que escupía fuego en ‘Dragones y mazmorras’. Mi generación, aclaro, es esa que los periodistas llamamos baby boomers por ahorrarnos lo embarazoso de admitir que nuestros padres se encamaban más de lo que aconsejaba el nacionalcatolicismo. No había tele, pero sí un buen jergón para la coyunda. Fruto de ese vacío, tuvimos la suerte de que en Selectividad nunca caía el franquismo.

Ignoro si el final de la Transición tras el golpe del 81 o la posterior belle époque socialista tuvieron que ver con esa oquedad que abocaba a las generaciones de la Movida a desconocer las andanzas de Serrano Súñer. Para nosotros, la dictadura había desaparecido misteriosamente de pupitres y encerados. Hasta adultos, y por cuenta propia, nunca supimos de los 200.000 represaliados o ejecutados tras la contienda -miles de ellos aún en las cunetas o en fosas comunes- ni de los campos de concentración, que aquí también hubo. Aquellos profesores tan modernos jamás nos lo contaron.

Más allá de que nos mandaran a casa cuando murió el dictador (ya nos sacaron del cole cuando voló Carrero), poco sabíamos de aquellos 40 años, de los que teníamos una ligera noción, divertidísima, por cierto, por Los forrenta años de Forges. La Reválida, el PREU y la Formación del Espíritu Nacional parecían cosa de la Prehistoria pese a que habían desaparecido cuatro días antes. Del Servicio Social teníamos noticia por nuestras hermanas mayores. Eso sí, quedaba la mili y aquel policía municipal que venía a casa a entregarnos un papel que nos conminaba a tallarnos, aunque aquello lo arregló pronto la objeción de conciencia, que nos encendió el ingenio adolescente con excusas disparatadas para ahorrarnos la instrucción, hasta que Aznar, mira tú, la abolió para enviar a profesionales e inmigrantes en paro a guerras que otros declaraban.

Los del 65 en adelante sabemos más del franquismo por libros y documentales que por los maestros de la General Básica. Gracias a Netflix, que acaba de estrenar en España la miniserie alemana ‘La dura verdad sobre la dictadura de Franco’, a historiadores españoles y foráneos como Paul Preston, biógrafo oficioso y autor del reciente ‘Arquitectos del terror ‘(Debate, 2021) o al trabajo periodístico que salpimenta la represión con el ‘milagro turístico’ y el gobierno de los tecnócratas del Opus Dei, conocemos la superficie de aquel iceberg histórico cuyo magisterio se nos negó en nuestra adolescencia. Impagable la hipótesis del documental alemán de que la hija de Franco nació del vientre de una prostituta inseminada por Nicolás, el hermanísimo. A Carmen Polo jamás se la vio embarazada.

Afortunadamente, el franquismo se ha convertido en los últimos años en un reverdecido género histórico que nos abre las ventanas del entendimiento de un periodo muy poco tratado en las aulas. Ignoro si las generaciones de la LODE, la Logse, la LOE y la Lomce, las de Wert, Celáa, López Alegría o como se llame el ministro o ministra de turno encaprichado con imponer su propia ley educativa, estudian en los institutos qué pasó entre el 18 de julio de 1936 y el 20 de noviembre de 1975, pero si lo hicieran, si explicaran sin sesgo partidista lo que ocurrió en ese periodo, entenderíamos mejor la singularidad de un país en permanente hemorragia ideológica, por qué vota como vota, por qué renacen los extremos, el plagio de los discursos de la extrema derecha y el permanente recurso al franquismo de una parte de la izquierda para armar su argumentario.

En definitiva, sabríamos algo más de una época de la que muchos de mi generación solo conocimos aquella chanza de que Franco tenía el culo blanco porque su mujer lo lavaba con Ariel. Cuando lo exhumaron del Valle, tampoco nadie nos dijo si esto último era cierto.

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