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Isabel Olmos

Sitara y los aprovechados

Yo no sé si a ustedes les ocurrirá lo mismo pero con la edad me estoy descubriendo en todo aquello que siempre he pensado o confiado que no era. Con la edad me he descubierto -no sin cierto asombro y admiración- vengativa, furiosa, contestona, malpensada... En definitiva, todo aquello que desde que empezamos a tener uso de razón se nos dice que no tengamos o manifestemos para nuestro mejor encaje social. También se nos dice, eso es así, con el objetivo de que seamos mejores personas que quienes nos precedieron en la aventura de la vida y con el afán -encubierto o manifiesto- de que no reproduzcamos en el futuro el mal que la humanidad arrastra desde hace milenios.

Sea como fuere, crecemos escuchando qué es lo ‘bueno’ que podemos sentir, pensar y hacer para mantenernos dentro de los márgenes aceptables de nuestra sociedad y qué es aquello ‘malo’ que tenemos que descartar de plano para no caer en la imperfección humana. Así que entramos en una constante contradicción esquizofrénica cuando sentimos una emoción de las catalogadas como ‘malas’ pero la tenemos que esconder y tapar expresándonos y actuando desde lo ‘bueno’. Todo sea por el bien social.

Con la edad se descubren muchas cosas y se acaba la paciencia. Por ejemplo, se descubre de un plumazo el machismo encubierto, como quien tiene una visión láser que desnuda al interlocutor por muy disfrazado de progresista que vaya. Y el propio machismo, que no es poco y que se manifiesta en ese síndrome de la impostora que pocos hombres tienen y por eso no pueden entender la inmensa burla que supone que tres tipos usen un nombre de mujer para optar a un premio millonario. Y lo entiendo. Entiendo que la mayoría de los hombres no lo entiendan, de verdad. Porque no llevan a sus espaldas y en su ADN las miles de memorias de ocultación, exclusión, represión y deseos no cumplidos que las mujeres han cargado durante siglos por el simple hecho de serlo.

Miren, les voy a contar una historia, de hoy mismo. Ahora justo está pasando. Se llama Sitara y tiene que ocultarse como mujer porque en su país hay una tradición que establece que cuando los padres no tienen hijos varones deben elegir a una de sus hijas para ‘ser’ el hijo que nunca tuvieron. Así, desde bien pequeñas, una debe empezar a vestirse como niño y actuar como tal y aunque por edad ella -que trabaja haciendo ladrillos- ya podría ‘liberarse’ de su falsa identidad no quiere que esta terrible tradición caiga sobre una de sus hermanas pequeñas, así que lo hace ella. «Nunca pienso que soy una chica», explica en un reportaje de la BBC. Y nunca lo podrá ser.

Lo de Sitara está pasando en el siglo XXI, una era en la todavía en muchos lugares del planeta las mujeres tienen que esconderse, hacerse pasar por hombres, ocultarse y pasar desapercibidas para que su vida y su integridad física. A esto, hay que añadir la cantidad de ocasiones en que las mujeres tuvieron que simular ser lo que no eran para poder escribir, componer música, explorar, participar en batallas, hacer deporte, investigar y en la cantidad de ocasiones también en las que el mérito de todo ello se lo adjudicó y firmó en solitario un compañero varón.

Leo que varias librerías que solo venden libros escritos por mujeres están devolviendo los libros de Carmen Mola por ser un personaje ficticio creado por tres hombres. Y me parece genial. No es una mujer, son tres hombres. Han utilizado un nombre de mujer por diversión, por hacer una gracia, una ocurrencia, por aprovechamiento, dinero, porque vieron negocio o una grieta donde meterse ahora que se intenta una reparación social con la mujer, por las injusticias históricas vivida.

Quién sabe por qué lo hicieron. Me interesa cero. Lo único que intento ahora es quitarme la inmensa sensación de vergüenza que siento con Sitara, por permitir que lo suyo -y esto nuestro- continúe pasando.

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