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Mónica López Abellán

Don’t judge me

Hace unos meses me pedía por Internet una de esas maxi bolsas que sirven un poco para todo, desde hacer la compra (libre de plásticos) a llevar los pañales y cambios del peque para un día de ruta fuera de casa. Y será por bolsos y mochilas… pero me cautivó el eslogan que lucía: Don’t judge me. I’m a mother too. Es algo que en tantas y tantas ocasiones he sentido la necesidad de verbalizar e, incluso, vociferar que desde ese día se consolidó como mi grito de esta ‘guerra’ tan particular que es la crianza.

La educación de nuestros hijos se ha convertido, en los últimos tiempos, en un asunto tremendamente sensible; casi como la religión o la política. Y es que, en vez de mostrarnos curiosos e interesados en conocer otras alternativas de enseñanza y acompañamiento que pudieran enriquecer nuestros conocimientos, tendemos a juzgar las conductas de progenitores que difieren de nuestro modus operandi sin atender a las distintas circunstancias y condiciones que cada uno tenemos en nuestras familias. Nunca he sido amiga de las conductas extremas y mucho menos cuando se refieren a las elecciones de estilo de vida.

Tan meritoria y adecuada puede ser la lactancia materna exclusiva, como la mixta o la de fórmula atendiendo a las necesidades de cada una. Y, desde luego, lo que no tiene razón de ser es que crucifiquemos a otra madre por tomar una decisión que nosotras consideramos equivocada. Somos espantosamente crueles e injustas con las de nuestra especie, algo que no resulta propio de nuestro instinto animal que debería empujarnos a defender a la manada.

Me he sentido, en más ocasiones de las que me gustaría, juzgada por mi forma de criar. No se trata de no aceptar un consejo, es más bien aquello de que cuando necesite tu opinión la pediré. Bastantes inseguridades y temores mantenemos ya como para tener que afrontar a diario el juicio de las demás.

Reconozco que también me he encontrado lo contrario: clubs o grupos de madres en los que la tolerancia y la compresión han facilitado una comunicación y un desahogo que todas, en algún momento, necesitamos. Incluso hemos compartido experiencias que resultan totalmente útiles y enriquecedoras para ver más allá e, incluso, enmendar algún error, porque los cometemos, pero siempre lejos de juicios sumarísimos y con un uso presto y generoso de la facultad de indulto.

Mónica López Abellán | Periodista y madre

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