Es lo que se dice en términos pugilísticos cuando un contendiente está apurado y suena el gong que marca el final de un asalto. En Ibiza ha sonado la campana que cierra el verano y nos alegra constatar que hemos esquivado los incendios y la tierra quemada. Hemos tenido suerte. Las temperaturas desbocadas que han alcanzado puntas de 40º nos tenían en vilo. Todos sabemos que nuestros bosques son una amenaza latente, un polvorín. En días de fuerte solana y viento, el fuego puede dejar nuestras verdes colinas mondas y lirondas, desnudas y grises. Tal vez yo sea un ‘cenizo’, pero cualquiera puede ver que el abandono de nuestra masa forestal la convierte en pura yesca. Las casi 30.000 hectáreas calcinadas este pasado verano en tierras castellanas dan que pensar.

Gestionar los bosques, aquí, nos suena a chino. Es cierto que el minifundismo de las fincas no facilita las cosas y que la pasividad del Consell y de los consistorios parece decirnos que la guerra no va con ellos. Y sí que va. Cuando un bosque se quema, perdemos todos. No existen soluciones definitivas, pero la peor opción es cruzarse de brazos. Las administraciones tendrían que incentivar y financiar en lo posible cualquier iniciativa que minimice el alto riesgo que tenemos. Y el mejor momento para hacer una buena prevención es ahora, en invierno, de manera que el verano no nos coja desprevenidos. La loca climatología que tenemos estos últimos años no deja de darnos avisos. En nuestras masas forestales faltan calveros de separación, podríamos aprovechar más la biomasa y ¿por qué no?, meter en los bosques cabras a porrillo, bichas que devoran hasta las agujas de pino y sus cortezas. Bastaría tender un cableado eléctrico de mínima potencia y bajo coste que cerrara amplias zonas, tal como se hace en las explotaciones ganaderas de montaña. Sin olvidar que de la leche de cabra salen magníficos quesos. Pero nada. ¡Como si oyéramos llover!