Huele a castañas. Describir el olor a castañas es complicado. Debería ser un ejercicio en las escuelas de escritura. Venga, Gutiérrez, describa el olor que sale de los puestos de castaña pero sin ponerse cursi ni emplear el verbo evocar. Es incluso más difícil que describir el término fofo sin utilizar las manos. Solo palabras.

Huele a castañas y ese olor se mete en la columna, que está empezada, esbozada apenas, avanzando como avanza la mañana en esta ciudad en la que se ha colado ya el frío. A esta hora hay gente haciendo el cambio de armario. Relegando bikinis, exhumando abrigos. Qué pereza. He contado seis bufandas en este paseo matinal. Hay bufandas que sacan a pasear a sus dueños. Se va extinguiendo la manga corta y el polito da paso a la camisa. Los hay exagerados que pareciera que inician una expedición al Polo Norte cuando en realidad aún el termómetro se apiada de nosotros y no es plan de ir desabrigado pero tampoco es que nos helemos. Los pantalones cortos resisten. Hay quien lleva cazadora y pantalón corto. Confiemos en que la moda no se extienda. Las terrazas de los bares se van encogiendo, menos mesas, a causa de las lloviznas, las ordenanzas o el fresquete matinal. No obstante, a media mañana, la afluencia a los desayunaderos es importante. Cuántos litros de aceite se habrán untado esta mañana en cuántas tostadas con cuántos cafés. Aceite que engrasa el organismo y lo lubrica para funcionar bien en una jornada en la que a buen seguro no faltarán sinsabores, pelmas, relamidos o encargos domésticos absurdos.

El cronista lleva en el bolsillo un tarrito de optimismo. Pero se gasta pronto, así que como muy tarde habrá que estar de vuelta en casa tras el aperitivo. A veces uno comete la insensatez de no tomar el aperitivo y, claro, llega al almuerzo amuermado, sin apetito, como si hubiera leído a Ciorán, meditabundo y desasistido, presto a despachar la comida cual fastidioso trámite. Como quien firma un expediente o da el visto bueno a un documento. No dan ganas ni de echar la siesta. Un desastre.

Avanzo hacia una zona muy animada. Cuántos huesos de aceituna se tirarán al suelo o papelera, ceniceros, etc en el día de hoy. Y dónde irán a parar. Lo cierto es que el olor a castañas persiste. Quizás haya otro puesto cerca. Con su olor, que si calificamos de indescriptible ya estamos describiéndolo. Castañas tempraneras, humo pilongo, ciudad en transición, el otoño que se afianza. O no. Diviso a un poeta. Viene preñado de octubre, alquilando sonrisas, elogiando al aire, desbrozando el día. Me alegro de verlo. Propone refrigerio. Me cuenta que anoche salió. Y que se cogió una castaña.