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Prats, Xescu

El perejil de todas las salsas

La semana pasada, en un programa de radio, la presidenta del Consell de Formentera, Alejandra Ferrer, que es una política que no da puntadas sin hilo, expresó su preocupación por la creciente presencia de fondos de inversión en la isla, esas grandes corporaciones que no tienen ningún vínculo con el territorio y que cada temporada que pasa van haciéndose con más empresas tradicionales. A la presidenta le inquieta que este cambio de tendencia condicione el sistema de vida de Formentera y acabe afectando a su futuro.

Ferrer tiene razón en estar preocupada y, aunque en Europa impera el libre mercado, las administraciones deberían plantearse seriamente qué se puede hacer para evitar que las familias pitiusas vendan sus negocios y propiedades a estos conglomerados de origen indefinido, dedicados a la especulación pura y dura. A estas multinacionales y demás especuladores oportunistas, el futuro de Ibiza y Formentera no les inquieta lo más mínimo y pueden acabar decidiendo el calendario turístico y los tiempos por nosotros.

En Ibiza lo sabemos bien, dado que este fenómeno está más extendido que en la Pi-tiusa menor. Cada vez hay más hoteles, restaurantes y comercios que, en lugar de ofrecer la esencia de lo nuestro, evolucionan a un producto globalizado, que en nada se diferencia de cualquier otro destino turístico, diluyendo progresivamente el carácter de la isla. Las Pitiusas de pescadores, payeses, hippies y artesanos están siendo sustituidas progresivamente por una atmósfera de lujo de cartón-piedra, que desvirtúa nuestras esencias y difumina la autenticidad que nos ha convertido en un enclave único del Mediterráneo. Hoy tal vez resulte un gran negocio, mañana puede ser un lastre irrecuperable.

La semana pasada hemos conocido un ilustrativo ejemplo: el cierre un mes antes de lo previsto del mercadillo hippy de es Canar, pionero en la isla y con casi medio siglo de historia. El mercadillo se encuentra situado en el interior del Club Cala Martina y sus puestos se distribuyen por las calles y plazas alrededor de los bungalós donde se alojan los turistas.

Todos los años, el mercadillo abre en primavera y cierra a final de octubre. Este año ya comenzó con tres meses de retraso por la pandemia y ahora la cadena hotelera ibicenca que gestiona este establecimiento, Azuline, anunció a vendedores y trabajadores del mercadillo, más de quinientos, que el miércoles pasado celebrarían la última función de la temporada. Lo hizo con tan solo cinco días de antelación, cuando el cierre estaba previsto para el 27 de octubre y muchos ya habían adelantado la cuota anual que pagan para poder vender en este recinto.

La noticia no solo les ha sorprendido, ya que la empresa incumple el compromiso adoptado, sino que les parece injustificada. No han faltado clientes en todo el verano y el mercadillo ha gozado de una actividad bulliciosa, sin que se registrara el menor incidente. La decisión, además, no solo afecta a todos estos artesanos y vendedores, sino a la propia isla, que pierde en plena temporada turística uno de sus iconos. ¿Por qué entonces, de forma tan repentina, la empresa que gestiona el mercadillo y las instalaciones hoteleras decide clausurarlo? Diario de Ibiza nos dio la respuesta unos días después, al publicar una noticia donde se aclaraba que la decisión de echar el cierre al mercadillo obedecía a un conflicto entre la cadena gestora y la propietaria del complejo, que no es otra que la empresaria y condenada Francisca Sánchez Ordóñez, Paquita Marsan, también promotora del complejo turístico ilegal Casa Lola, en Sant Josep.

Mientras esta señora y su ejército de abogados se dedican a paralizar, ahora por varios meses, el inminente derribo de su hotel ilegal con sala de fiestas, también se ve envuelta en la paralización de un mercadillo emblemático, cuya pérdida constituye un daño irreparable. El Ayuntamiento de Santa Eulària trata de mediar en el asunto, pero la amenaza que se cierne sobre su futuro es evidente y no pinta bien. Con independencia de quién tenga mayor responsabilidad en este asunto, tanto si es la propietaria como la gestora, Paquita Marsan parece el perejil de todas las salsas.

Ya veremos qué ocurre también con las otras construcciones ilegales que esta empresaria, llegada de Marbella para ordeñar la ubre ibicenca, tiene en marcha o con sus otros negocios, como el bar de copas Kilómetro 5, que antes de que ella se hiciese con su propiedad ya llevaba décadas generando conflictos y molestias.

Lo que ocurre en es Canar constituye un ejemplo práctico de los temores que expresaba la presidenta de Formentera y que muchos compartimos: estamos perdiendo el control de lo nuestro a manos de gente que no tiene el menor cariño ni respeto hacia las islas, ni la más leve preocupación por su futuro.

@xescuprats

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