Es uno de los pueblos más pequeños de la isla, pero tiene un especial atractivo. Hablo de Sant Carles. Sin las tropelías que han sufrido otros lugares, lo poco que allí se ha construido se ha hecho con sensibilidad, mesura y sentido común. En un entorno rural prácticamente intacto de bosques y pequeños cultivos, Sant Carles sigue siendo un recogido racimo de casas blancas, alrededor de su preciosa iglesia. Peralta es aún un paisaje antiguo, preservado como era, casi virgen. Y ello, a pesar de ser un cruce de caminos, un lugar de tránsito inevitable que mientras dura el estiaje nos abre las puertas a litorales privilegiados de calas y arenales, es Figueral, Pou des Lleó, Canal d’en Martí, Cala Llenya, Cala Nova, Aigues Blanques, Cala Boix, cala Mastella… Sant Carless es un mundo encalmado que regala silencio y contagia su paz al viajero. Tanto es así que en las terrazas de los restaurantes y bares se habla quedo, nadie levanta la voz. Y no es raro toparse con el contemplativo que, sentado en una silla de enea recostada en la pared, ajeno al ir y venir de unos y otros, se pregunta si tienen alma las hormigas.
Pero vamos a lo que voy. Una vez que el Consell tiene aprobado el convenio que otorga una subvención de 1,5 millones de euros al Ayuntamiento de Santa Eulària para reordenar los accesos a la pequeña villa, ya no hay excusas para conseguir que todo el entorno de la iglesia sea peatonal. A nadie se le escapa que el único problema que hoy tiene el pueblo es el tráfico vehicular que lo atraviesa por delante de Ca n’Anneta y el demencial aparcamiento que tenemos en el frontis y en uno de los laterales del templo. Son espacios que ahora podremos recuperar convertidos en una magnífica plaza. Desde hace algunos años ya existe una ronda para que los coches eviten el centro del pueblo, pero pocos la utilizan. Pocos la utilizamos. Esperemos que la remodelación que se propone solucione el problema y lo mismo la iglesia que el centenario algarrobo que ya dibujó el Archiduque consigan el protagonismo que merecen.
