De Jesús Turel recuerdo cuando lo tuve de jefe de redacción en IB3. En la radio sonaba ‘Rehab’ de Amy Winehouse y Jesús nunca te decía que no, decía “nooooo nooooo nooooouuu”. Jesús estaba siempre de buen humor, incluso el día que le despidieron de la tele -¡por segunda vez!- en una escena que parecía un gag de La Hora Chanante. Comentábamos ese momento y nos partíamos la caja. Jesús tenía eso, sabía encontrarle la vis cómica a todo. Lo recuerdo por la redacción con su imponente presencia, las camisas de flores -como de detective en Hawaii- y esa carcajada falstaffiana de quien tiene una barroca sed de vida. La impresión que daba es que a Jesús le encantaba estar vivo. En el tiempo que coincidimos en IB3 discutimos mucho, demasiado. Yo entonces era joven y me tomaba las cosas demasiado en serio. En resumen: era un gilipollas. Años después me di cuenta de que Jesús tenía razón, siempre tenía razón. La última vez que le vi fue hace un año: yo hacía una conexión en directo para IB3 desde Las Dalias y él estaba allí porque llevaba la revista del negocio. Charlamos un buen rato e, improvisando -como él hacía siempre las cosas- nos fuimos a Pou des Lleó y nos comimos un bullit de peix. Nos pusimos al día de nuestra vida y nos reímos muchísimo. Era imposible no reírse con Jesús.
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