Diario de Ibiza

Diario de Ibiza

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Javier Arias Artacho

La idiotez no tiene vacuna

Con el mundo todavía escondido tras una mascarilla y millones de muertos por la covid-19, todavía resisten a la idiotez un puñado de cándidos que han adoptado el negacionismo como estilo de vida. Unos cuantos son ingenuos, pero muchos de ellos son profesionales del ego, profetillas de tres al cuarto que buscan su minuto de gloria –ya son legión los Bosé y compañía– a fuerza de sentirse iluminados frente a la mediocridad científica mundial. En 1938 habrían asegurado una invasión marciana por haber escuchado a Orson Welles narrar por la radio el fin del mundo y hoy con su titulillo de charlatanes –generalmente es lo único que tienen– se creen llamados a salvar el mundo. Y a no vacunarse.

Aunque lo de no vacunarse va por barrios. Nada tienen que ver los negacionistas con los temerosos, con los escépticos, con los insolidarios –que no con el cambio climático a modo de ‘Apocalypse Now’– y con unos pocos que cuentan con contraindicaciones médicas. Sin embargo, el lógico denominador común entre ellos es que no se vacunan ante un virus que avanza, se transforma y contagia. Hoy con delta, mañana con lambda o con cualquier otra letra griega. Si de algo podemos estar orgullosos/agradecidos/asombrados es del regalo de la vacunación que, según las cifras de aquellos países por donde avanza a velocidad de crucero, está produciendo un muro sanitario que ha liquidado los riesgos graves. ¿De contagiarse? Claro que no –que no se trata de un repelente de mosquitos–, sino de sufrir síntomas graves ante su exposición.

Y aquí estamos, en este verano a dos velocidades: la de los que viven, se reúnen –con prudencia– y viajan por todas partes casi con normalidad, y la de aquellos que se estudian temerosamente las cifras de contagio, como si tuviesen que tragar esa medicina matinal con el zumo o el café. He viajado bastante este verano y puedo asegurar que la inmensa mayoría de la población europea es responsable y que el dichoso bicho es imparable porque, salvo esas pseudo restricciones que sirven de bien poco –ya se encargará el Constitucional de que no sean efectivas– nos movemos y vivimos con normalidad.

De poco ayuda el estado de alarma de los medios de comunicación, que parecen sobreactuar cada contagio como si se tratara de números de un sorteo de Navidad. Ni mucho menos la gilipollez de los negacionistas. Más bien se trata de ese sentido común, de ese equilibrio entre la tragedia y la prudencia que la mayoría de la ciudadanía comprende mejor que quienes viven desde la esclavitud de las cifras. Mientras tanto, vacunar, vacunar y vacunar, que en eso estamos, al tiempo que los que decidieron no hacerlo van cayendo como moscas, que se veía venir, les diría yo. Al fin y al cabo, ellos optaron por poner números en el bombo. La muerte por covid es muy improbable –que no el contagio con repercusiones todavía imprevisibles– pero puede tocarles. Y tocar, toca. Es un hecho. Es una ruleta rusa con muchos participantes que creen que el mundo no ha cambiado.

Pero nosotros sí. Y necesitamos vivir.

Compartir el artículo

stats