Diario de Ibiza

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Prats, Xescu

Langosta por cocaína

A veces tienen que producirse circunstancias excepcionales para tomar conciencia de lo evidente. El incontestable éxito que la isla está registrando este verano, a pesar de la pandemia, nos reconcilia con su poderío como destino turístico. Ibiza, como territorio, es una marca mucho más potente que la suma de sus partes y sectores; y en estas circunstancias tan irregulares ha vuelto a demostrar su insólita capacidad para recuperarse y superar las adversidades.

El verano de 2021, sin duda, va a marcar un antes y un después. Primero en nuestros miedos y en la forma en que los ibicencos nos vemos y juzgamos a nosotros mismos. Y, en segundo término, en cómo deben reconducirse aspectos tan esenciales como la promoción turística y las versiones de Ibiza que nos interesa propagar al mundo. En los últimos años, el mercado internacional ha quedado cegado por las luces de neón de la industria del ocio y el lujo de cartón-piedra. Sobre todo desde que comenzó el fenómeno de la fiesta diurna, al aire libre y en la costa, gracias a la zona gris generada por unos cambios legislativos a nivel autonómico que nadie se explica ni comprende y por la galbana de las instituciones insulares con competencias para regular esta bola de nieve que, temporada tras temporada, sigue creciendo frente a sus narices.

El rumbo marcado por este verano de 2021, sin embargo, nos ha permitido vislumbrar algo incontestable que debería aclarar las ideas a más de uno: sin esta omnipresencia de la fiesta, con las discotecas cerradas, el ocio diurno a medio gas y sus potentes instrumentos de marketing sorprendentemente silenciados, ha desembarcado un perfil de turista radicalmente distinto. Todo lo que está ocurriendo este verano nos deja un cuaderno de apuntes muy valioso de cara al futuro. La conclusión más importante es que Ibiza sigue siendo capaz de llenar sin el protagonismo absoluto e innecesario del ocio y que, además, cuando eso ocurre, la riqueza que aporta el turismo se democratiza, al distribuirse entre muchos en vez de concentrar masas ingentes de clientes de alto poder adquisitivo en unos pocos lugares.

Hemos reconocido muchas veces que la industria del ocio tiene una importancia capital para la isla porque aporta un factor diferencial que otros destinos no tienen. Viene siendo así desde los años ochenta y de manera ininterrumpida. Sin embargo, ahora también ha quedado demostrado que la sobredosis y el protagonismo absoluto de esta oferta se traduce en un lastre demasiado pesado para el interés colectivo. A Ibiza sigue viniendo gente de fiesta y todos los días aparecen noticias de festivales ilegales, pero en su mayor parte los hemos sustituido por familias y en un tiempo récord.

Al despuntar el verano, ya comentamos el caso de un famoso restaurante de la costa donde, con menos clientes, facturaba más que otros años porque éstos pedían los productos más caros de la carta. A principios del mes de agosto, este mismo establecimiento dejó de aceptar reservas a un mes vista, ni para el turno de almuerzo ni para las cenas, algo inédito en toda su historia. Otro establecimiento costero de cocina tradicional afirma que en el mes de julio ha facturado el triple que en 2019. ¡El triple! Tiene colas a diario de familias que piden arroces y ‘bullit de peix’, que no se despejan por muchas mesas que remonte. Y ejemplos parecidos se suceden en otros muchos restaurantes de costa e interior, donde algunos renuncian a redoblar más mesas por agotamiento del personal .

Un hamaquero que no está asociado a ningún beach club afirma también que este verano los clientes le reservan las tumbonas por días y semanas, y que por las noches su WhatsApp hecha humo y tiene que rechazar reservas por docenas; algo nunca visto en sus más de 20 años en la playa.

El ejemplo más desconcertante, sin embargo, lo encontramos en Sant Antoni, donde varios restaurantes dedicados a la cocina local aseguran que no han trabajado con tal intensidad desde hace al menos diez años, cuando la oferta de ocio diurno aún no era representativa y las familias seguían acudiendo a Sant Antoni.

Obviamente, esta situación atípica e inestable no beneficia a todos por igual. Hay otras zonas turísticas de la isla, atadas a mercados específicos, que cerrarán el verano con un resultado inferior al esperado. Pero imaginemos este mismo fenómeno en un contexto libre de pandemia.

En definitiva, si queremos incrementar el porcentaje de turistas que piden langosta a costa de reducir a los de la cocaína, Ibiza debe marchar por una senda completamente distinta a la de hasta ahora, donde este protagonismo absoluto del ocio, con una oferta ininterrumpida, de casi las 24 horas del día, se reajuste a la baja. Cuando eso ocurre, toda la isla se beneficia. Este verano nos lo está demostrando con nitidez.

@xescuprats

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