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Matías Vallés

Por la libre elección de edad

Eres tu vida y nada más», se equivocaba Sartre. Eres tu vida y, si no puedes vivirla como quieres, al menos puedes medirla como quieras. Dado que la principal cifra asociada a tu existencia consiste en una serie de años adjudicados sin demasiado criterio, hay que abogar por la libre elección de edad. Esta cifra conduce a más equívocos que cualquier otra característica identitaria. Ni siquiera posee un correlato corporal irrevocable, su elevada indeterminación justifica concursos televisivos basados en acertar la edad de los intervinientes. Se trata pues de un dato azaroso, si no caprichoso, y quien va a sufrirlo tiene derecho a dosificarlo a voluntad.

Nadie mejor que uno sabe la edad que le corresponde, los demás solo pueden averiguar la que merece. No se reivindica desde aquí la farsa de un Rolling Stone jurando que los 75 son los nuevos 25, declaración vitalista pero estridente sin un documento que la certifique. La libre elección exige un compromiso del Estado, que no ha de limitarse a la urgencia de descontar universalmente los dos años perdidos con la pandemia.

El Gobierno también deberá proveer por ejemplo a los cuarentañeros que se transporten a la edad de jubilación. Con esta maniobra delatarán su falsa juventud, aumentando la necesidad de que cada ciudadano señale la cifra por la que se compromete a responder.

Ni mesas de diálogo ni comités de expertos. La libre elección debe acordarse antes de que los afectados alcancen esa edad en la que si visitas un cementerio, no te sale a cuenta volver a casa. En países más avanzados ya se han celebrado juicios de sesentañeros que se reclamaban cuarentones, para mejorar su perfil en Tinder. Los magistrados, inertes por naturaleza, yugularon envidiosos la movilidad de los demandantes. Se alegará que este derecho humano fundamental no prosperará en un Gobierno compuesto por ministros de edad insuficiente para retocarse los años, pero a buena parte de ellos les convendrían unas arrugas de más en los datos del DNI, a fin de rellenar de personalidad sus augustas personas.

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