Diario de Ibiza

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Hace una calor de disgusto. Una calor para tumbarse a leer a un poeta alegre con una frasca de rebujito al lado, las persianas bajadas y el aire acondicionado dando en toda la cara. O una calor para estar a la vera de las piscina, al libre aire, alternando chapuzones con imprecaciones, lecturas con dormitaciones, conversaciones con conteo de nubes. No ceden los pelmas durante la canícula: redoblan su condición, insisten en su insistencia, laboran para hacerse notar. Está uno deseando colgar el cartel de ‘Cerrado por vacaciones’ mientras espera que más de uno alguna vez ponga el de ‘Honrado por vacaciones’.

Hay que hidratarse, beber a morro, dejar que el agua fresca rebote en la barbilla y vaya al pecho y de ahí salte juguetona a las partes bajas contagiando algo de frescor a una zona del cuerpo que puede ser un volcán por las temperaturas y también por los naturales apetitos espoleados tras la visión de cuerpos a medio vestir, semidesnudos penetrando en el agua, saliendo de ella o exhibiéndose en las hamacas.

Las familias que se enjabonan unidas en las duchas de la playa al final de la jornada permanecen unidas. Luego caminan unidas, limpias salvo los pies llenos de arena hacia el coche hecho un horno, donde se mancharán aún más los pies, mancharán la tapicería y sudarán de lo lindo antes de llegar al domicilio, donde alguien pronunciará una sentencia del tipo, qué bien que estemos ya duchaditos. Arena por toda la casa. Una calor que no se puede aguantar, que no te permite parir un sistema filosófico, ni poner nada al horno. No puedes leer trigonometría ni andar por la calle.

No hay ganas de nada y todo se hace pesado, sudoroso, cansino. Da calor ver a la gente remando en lo de Tokio y da calor la acalorada discusión política de dos tertulianos. Da calor ver a la gente en chaqueta y da mucho agobio poner la tele cuando hace calor, ya que solo habla de que hace calor. Dan calor Écija y Córdoba y Sevilla y Soria, dan calor Madrid y Zaragoza y da calor el mapa del tiempo, todo naranja y da calor la palabra alerta. No se pueden escribir versos ni corregir un cuento, ni chillar al inútil, ni contestar un whatsapp y ni siquiera ponerse una camisa, cocinar pollo al chilindrón o mirar el delco por si acaso está fallando. Qué calor da el mono que lleva puesto el tío del taller y qué calor ver a la chica de la ventanilla, aquí no es caballero y le falta un papel, detrás de ese cristal que parece una lupa y le hace la cabeza más gorda.

Da calor la cola en el súper, señor déjeme pasar que solo llevo pan, leche, huevos, azúcar, los batidos de mi nieto y unas patatas fritas que le gustan mucho a mi marido, que ha venido hoy un poco más temprano de trabajar y le gusta a él mucho tomarse unas patatitas con su cervecita a esta hora. Da calor contestar y bregar y protestar y da calor decir que uno ama el verano pero sin los excesos térmicos. Ama el dulce far niente, la pausa y la brisa, la lectura y la calma, el viaje y el gazpacho. Y una camisita de manga larga al atardecer.

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