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Ánxel Vence

Vacunación federal de España

Hay que ver lo bien que funciona el caos de las autonomías. Son estos reinos adjetivados de “taifas” los que se han encargado de organizar y ejecutar la vacunación de los españoles contra la covid-19, como todo el mundo sabe. Era de prever un desastre, si tuviésemos que creer a los más prejuiciosos; pero qué va.

Bien al contrario, el porcentaje de vacunación en España supera al de casi todas las grandes naciones desarrolladas, o eso dicen las cifras comparativas de Our World In Data. Una organización de la Universidad de Oxford que tal vez no se preocupe por irrelevantes cuestiones de tipo político.

Salvo el Reino Unido y Canadá, campeones de la jeringuilla, ningún otro país de ciertas proporciones le gana a este por número de vacunados en relación con su población. Quién nos lo iba a decir.

Los inasequibles al desaliento y a la realidad atribuirán esas cifras a una conjura urdida por los oscuros poderes que gobiernan el mundo para hacernos caer en el engaño. No se sabe con qué propósitos, pero tampoco vamos a ponernos en plan tiquismiquis.

Resulta obvio, en todo caso, que el éxito -si lo hubiere- corre básicamente por cuenta de los reinos autónomos, a los que una fracción de la ciudadanía española atribuye todos los males y despilfarros de la patria.

Mala noticia, pues, la de la vacunación comparativa para los neopatriotas que insisten en suprimir las autonomías, tan costosas, y resolver así de golpe -y porrazo- todos los problemas del país. Se supone que solo pretenden eliminar la autonomía política y no los territorios afectados; aunque con aquellos que usan la cabeza para embestir nunca se sabe.

Si la empleasen para pensar, vicio nada recomendable, quizá cayesen en la cuenta de que las comunidades autónomas son parte del Estado y actúan como tal en las competencias que tienen asignadas.

Suministran, un suponer, servicios de sanidad y educación que el Gobierno debería seguir proporcionando a la ciudadanía en el caso de que los poderes de gestión autonómicos fuesen devueltos a la Administración central. Nada invita a pensar que el coste de esas gravosas prestaciones fuese menor si las administrase un Estado unitario. Y tampoco hay garantías de que la eficiencia gestora pudiera ser mayor.

Sorprendentemente, los detractores del sistema autonómico suelen ensalzar a la vez las virtudes de Estados Unidos: una república federal bastante más avanzada y descentralizada que el módico régimen español de las autonomías. Alaban con igual entusiasmo el modelo de Alemania, ignorando tal vez que esa pujante República Federal la conforman dieciséis Estados -o Länder- con sus dieciséis gobiernos y dieciséis parlamentos. Y no encuentran contradicción alguna en ello.

También en la España medio federal -y asimétrica- son los gobiernos autónomos los que se encargan de gestionar servicios básicos tales que la salud o la enseñanza. La epidemia los ha puesto a prueba y, más allá del color partidario de cada reino, parecen estar superando con nota el examen.

Otra cosa es que la vacunación, eficiente y razonablemente rápida según los datos de las organizaciones internacionales, solo alcance a combatir el virus de la covid-19 y no los prejuicios sobre el sistema “de taifas”. Contra eso no hay vacuna.

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