Diario de Ibiza

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Joaquín Rábago

¡Ay, las sirenas de toda la vida!

Al menos desde la Edad Media las campanas de las iglesias han servido para alertar a los habitantes de un lugar de algún peligro: ya fuera un ataque enemigo, ya un desastre natural.

A partir de su invención en 1819 por el físico francés Charles Cagniard de la Tour, según leemos en Wikipedia, las sirenas tomaron en muchas partes el relevo como sistema de alerta.

Primero las sirenas mecánicas, luego las electromecánicas y finalmente las electrónicas: su sonido sirvió para avisar a los ciudadanos de los bombardeos enemigos durante las dos guerras mundiales.

Muchos han echado en falta esos sistemas de alerta tradicionales, que, de haber funcionado, habrían evitado muchas muertes en las recientes inundaciones en el corazón de Europa.

Pero al parecer se desconfió de lo analógico y se confió sobre todo en la tecnología digital, en las aplicaciones de los móviles, sin las cuales no parece que podemos vivir hoy, y el resultado está a la vista: cerca de dos centenares de muertes y cientos de desaparecidos.

¿Esperaban acaso las autoridades que todo el mundo dispusiera de un teléfono móvil, hubiera bajado la aplicación correspondiente y que estuviera además conectado? Se equivocaron.

Dicen ahora que no puede volver a suceder que los vecinos de una localidad se vean sorprendidos mientras duermen por una avenida capaz de llevarse por delante todo lo que encuentra a su paso.

Explican que el repentino diluvio inutilizó los transformadores, se destruyeron en un instante las infraestructuras técnicas, y no sirvieron de nada los móviles ni por supuesto sus aplicaciones.

Pero muchos culpan de la tragedia sobre todo al fallo del sistema tradicional de sirenas, que parece no haber funcionado pese a que el Gobierno federal le dedicó recientemente un presupuesto de 88 millones de euros.

Argumentan que hay que volver a los viejos métodos, suficientemente acreditados, y critican que en lugar de potenciar ese sistema, que tan bien funcionó durante la última guerra, las sirenas se han desmontado en muchos sitios.

Blanco principal de las críticas es la Oficina Federal para la Protección de la Población y de Ayuda frente a las Catástrofes, en la que trabajan 800 funcionarios.

Su director se defiende diciendo que entre el miércoles y el sábado de la pasada semana se enviaron 150 alertas, también a través de la aplicación ‘Nina’, que tiene nueve millones de usuarios y que hubo sobre todo fallos en los sistemas de transmisión.

Hay una crítica casi unánime a la falta de medidas preventivas, a una burocracia excesiva y también al encajonamiento irresponsable de muchos cursos de agua, que no encuentran muchas veces su salida natural.

Pero sobre todo, ¡cuántos deben de haber echado de menos en tan dramáticas circunstancias los alaridos de las sirenas de toda la vida!

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