La voluntad de perpetuarse es más humana aún que la de sobrevivir, pues esta la tienen también los animales. Pero el destino normal de una estatua es perecer: “Hacia la piedra regresaréis piedra / indiferente mineral / hundido escombro” (Ángel González, ‘Oda a las estatuas’). El derribo de las de Colón inviste de estupidez cum laude a quienes lo promueven, los inhabilita para cualquier oficio digno, pero es verdad que Colón se había venido arriba mucho desde el primer día. Su genio descubridor se habría quedado en desvarío de un orate de no haberse tropezado con Fray Juan Pérez, que lo reconectó con la Reina, y el navegante-empresario Martín Alonso Pinzón, que organizó la empresa y reclutó la tripulación. A lo mejor cierta descolonización de Colón ayuda a poner en valor una epopeya tan formidable, prodigiosa, bien preparada y feliz como, me temo, desconocida por los propios españoles.
