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valentin villagrasa

Desde la Mola

Valentín Villagrasa

La clandestinidad

La palabra clandestinidad huele a tiempos pretéritos (de los que no me quiero acordar) pero que a veces resurge por pequeñas cosas que nos retrotraen a épocas donde lo clandestino era un ejercicio de valentía y de libertad secuestrada. Todo este exordio obedece a que el pasado viernes entré en el ‘excusado’ (palabra, del libro de urbanidad y buen comportamiento, que evitaba la parte soez del anglicismo ‘wáter’) de un restaurante y olía a cigarrillo recién consumido. Me vino a mi memoria, ya larga en el tiempo, aquellos años donde un cigarrillo a hurtadillas era uno de los grandes triunfos de la adolescencia. O de aquellos París-Hollywood, sinónimo de un ‘porno ligth’ llegados de más allá de las fronteras y que antes que en las tuyas habían pasado por no sé cuántas manos. O los viajes (ya de mayores) a Le Boulou para ver ‘El último tango en París’ con Marlon Brando y María Schneider. Hay que decir que algunos aprovechaban para ir al minicasino y darle gusto a la ruleta. Había otra clandestinidad más comprometida. La de los libros del Ruedo Ibérico, escondidos en el asiento de atrás después de ver a Marlon Brando o escuchar a Solé Tura en la Pirenaica desde Bucarest.

Todo esto se resumía en tu pequeña rebelión contra lo establecido por la santa madre Iglesia o la dictadura paralela. Hoy ese cigarrillo delator de un comportamiento transgresor, en el mal significado de la palabra, demuestra la mínima importancia que el individuo en cuestión le da a la lucha colectiva contra el covid 19, que sigue trayéndonos de cabeza. Pero detrás de actitudes individuales se esconden hechos que nos devuelven a una realidad que tratamos de traspasar con actuaciones clandestinas alejadas de aquellos pecados veniales (mortales en el caso de los desnudos en blanco y negro) y que ahora ponen en riesgo la salud de los demás y la economía de sectores sociales vulnerables. Viene a colación toda esa retahíla de ‘botellones’ clandestinos, fiestas furtivas en lugares privados previo pago de algún bizum que otro. Todo sin cumplir con las medidas de prevención contra el covid. Porque lo ‘clandestino’ de todos estos va más allá de aquella inocencia traviesa y se ha convertido en un ejercicio mal entendido de libertad, sin pararse a pensar (verbo que algunos no saben conjugar) que ‘tu libertad se acaba donde empieza la mía’ como dicen las mínimas reglas de la convivencia humana. Mucho más cuando nos estamos jugando la supervivencia de personas que necesitan de esa ‘nueva normalidad’ bien entendida.

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