Diario de Ibiza

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Juan José Millás

Servicio público

Cómo es posible, me pregunto, que la mayoría de mis conocidos y amigos haya dejado de leer la prensa. Me pregunto cómo todo un país deja de leer la prensa. Me pregunto cómo se puede pasar de leer la prensa con voracidad, a las ocho de la mañana, a llegar al mediodía sin haberle echado un vistazo.

Me lo pregunto todo.

Me respondo que de forma insensible.

Te acostumbras con la misma facilidad con la que te desacostumbras. Me invita a comer un periodista al que a los postres le comento una noticia aparecida en su medio. Dice que no la ha leído. Quizá los primeros que no lean los periódicos sean quienes los hacen. Todo esto me sume en profundas cavilaciones. Me pregunto cuántas horas le ganaría yo a la jornada si dejara de leer la prensa. Compro tres periódicos de papel al día y echo un ojo a otros tantos por internet. Dedico a esa ocupación una cuarta parte de mis horas de trabajo. Si dejara de hacerlo, podría emplear ese tiempo en escribir novelas o guiones de cine. Me tienta la idea.

Pero me gustan los periódicos.

Me gusta el ruido que hacen las hojas al pasar, el crujido de las páginas al doblarse, la suciedad que deja la tinta en el dedo índice de mi mano derecha.

Me gustan los artículos de opinión.

Las noticias me gustan menos porque ya me las sé. Me la sé, igual que los resultados de la Liga de fútbol, por pura ósmosis. Se cuelan en mi encéfalo porque los encéfalos son muy permeables. No quiero más noticias: quiero opinión sobre las noticias. Necesito que alguien me interprete las noticias. Necesito una sintaxis de las noticias. Una gramática de las noticias. Una puesta al servicio del sentido de las noticias. Necesito que alguien me explique para qué sirven las noticias. Que alguien me cuente cómo se monetizan las noticias. Que alguien me enseñe a medir los kilates de las noticias. Que alguien me aclare si la noticia de que Cuba es una dictadura tiene más proteínas que los rumores sobre la contrarreforma laboral.

No quiero dejar de leer los periódicos porque han formado y forman parte de mi vida. Pero es preciso que los periódicos tampoco dejen de leerme a mí. En otras palabras, que pierdan sus ambiciones políticas y recuperen su función de servicio público.

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