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Matías Vallés

Cesar viene de César

Cesar viene de César. El poder no consiste en nombrar ministros a voluntad, sino en destituirlos con la misma alegría. La conciencia de esta prerrogativa requiere de un periodo de incubación, como las vacunas. Sánchez estaba más orgulloso de su crisis en la entrevista con Piqueras que en su aséptico y átono recitado de carteras del sábado. Si fuera sincero, no se refugiaría en la renovación indispensable y en homenajes huecos a los decapitados, admitiría que necesitaba reafirmarse desde la crueldad. Si fuera sincero, no sería presidente del Gobierno.

Al presentarlo, Sánchez descubre a su gabinete. Se agradece el esfuerzo de los analistas por hallar un eje maestro, pero ninguna maniobra humana de tal calado obedece solo a una regla preestablecida. Elegir el menú de un restaurante no sigue un plan. Se descartan platos por motivos arbitrarios, otros no están disponibles, alguna ministrable prefirió quedarse en casa. El caprichoso resultado sorprende al propio artífice. Sánchez ha sido más César al cesar que al nombrar. En su epidérmica introducción del nuevo gabinete, demostró una ignorancia oceánica sobre las virtudes de los recién incorporados. Castigar es más jugoso que premiar, y más auténtico.

Pablo Casado es el máximo interesado en descubrir una pauta completa en los nombramientos. Al fracasar, distrae a la afición con la manoletina de que en 2019 no se pudo votar «libremente». La izquierda, eterna usurpadora, la gran lección que me impartió Gabriel Jackson. Empezando por el principio, González utiliza el 23F para llegar viciado a La Moncloa, Zapatero roba las elecciones a lomos del 11M, y Sánchez se suma a una moción de censura independentista. En cambio, el PP siempre gobierna desde la pureza, basta con darse un garbeo por las cárceles. Cuando se observa la magnitud de quienes tiene enfrente, la continuidad de Sánchez parece explicable si no deseable.

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