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El motorista de El Pardo

Preguntado hace una semana si iba a promover una crisis de Gobierno, el señor Sánchez dijo que ese asunto no figuraba entre sus preocupaciones inmediatas. Luego resultó (marca de la casa) que sí lo era y más extensa de lo que se sospechaba en los mentideros. Al menos por lo que se refiere a los ministros nombrados por los socialistas (siete) porque los del cupo de Unidas Podemos permanecen inamovibles desde que los seleccionó Pablo Iglesias antes de cortarse la coleta. La única que avanza en el casillero es la ferrolana Yolanda Díaz, que pasa de vicepresidenta tercera a vicepresidente segunda, un puesto por detrás de la coruñesa Nadia Calviño, la mujer fuerte de la política económica del nuevo gabinete de Sánchez y la llamada a influir en el adecuado reparto de los fondos europeos. De la buena o mala relación entre estas mujeres, durante los dos años que (teóricamente) restan hasta las próximas elecciones generales, depende en cierto modo el futuro político de Sánchez que, no se olvide, accedió a la presidencia del Gobierno de España por una moción de censura apoyada por una alianza parlamentaria coyuntural de fuerzas heterogéneas. La partitura que toca interpretar a la señora Calviño es conocida y responde a una musicalidad social-liberal. Mientras que la de la señora Díaz, más popular, suena parecido a lo que cantan a coro sus conciudadanos el Día de las Pepitas por las calles de Ferrol. En cualquier caso, nada que se pueda calificar de “marxista” como acaba de manifestar el presidente de la patronal. Dos años son una eternidad en política y doy por seguro que acabaremos viendo cosas que ahora mismo nos parecen impensables. De todas formas, el mayor interés de los politólogos estuvo centrado en el cese de Iván Redondo, que estaba considerado como el asesor más influyente del presidente Sánchez.

Al parecer, aspiraba a que este lo nombrase ministro de la Presidencia para controlar mejor el día a día de la agenda gubernamental. Todavía hace unos pocos días, Redondo había manifestado en una entrevista que se tiraría a un barranco detrás de su jefe si fuera preciso. No hubo lugar a esa demostración de fidelidad y en el seno del PSOE se saludó su cese con inocultable satisfacción. Unos porque recelaban de su exceso de poder y otros porque desconfiaban de alguien que había trabajado antes como asesor de dirigentes del PP. El secretismo es consustancial con el ejercicio del poder y tiene una liturgia propia. Y todos los que lo ejercen, sean o no demócratas, gustan de sorprender a quienes van a ser nombrados o cesados aparte, claro está, de la opinión pública. Durante la dictadura, el general Franco nombraba a los ministros de su Gobierno de entre las familias (militares, falangistas, monárquicos, oligarcas, nacional-católicos, etc., etc.) que apoyaban al régimen. Normalmente, casi nadie los conocía antes de su nombramiento y cuando les llegaba la notificación oficial se marchaban agradeciendo al líder supremo que se hubiera fijado en ellos para cumplir tan alta misión. Se decía que el cese les llegaba por un motorista del palacio de El Pardo que era la residencia oficial del dictador. Vamos, como una entrega de reparto a domicilio.

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