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Javier Cuervo

Cinco escalones

Posa el nuevo gobierno (¿y gobierna?) en la entrada del palacio de la Moncloa. Lo que cuenta la versión oficial nos hace verlos como una peña a la que le tocó el sorteo del euromillones, un grupo mixto de gente joven de vínculo universitario porque se ve en una esquina al profesor de la facultad, Manuel Castells, que paga la cuota, acude de vez en cuando a las reuniones y nunca compra los boletos.

Como están separados por la exigencia de distancia del covid, que permite ir sin mascarilla, lo que más se ve es la escalera, cinco escalones a toda la anchura que da la entrada de este edificio neoclásico de Diego Méndez, encargado de todos los palacios de Franco y del Valle de los Caídos. Los palacios -a diferencia de los pisos- siempre tienen sitio de más, como si hubieran podido prever un gobierno casi multitudinario, una pandemia y un protocolo sanitario. La pandemia condiciona así nuestra visión. Un hostelero imagina cuántas mesas de terraza caben entre las columnas y frente a la fachada.

Esos cinco escalones juegan a favor en la foto porque actúan como plataforma, pero normalmente son una barrera arquitectónica diplomática difícil incluso para personas sin problemas de movilidad. Cinco escalones son muchos para subirlos o para bajarlos cuando te apuntan tantas cámaras. A un tímido imaginarse teniendo que subir esa escalera debe de producirle tanta ansiedad como la bajada sin control del cochecito de bebé por toda la escalinata de Odessa o de la Chicago Unión Station en ‘El acorazado por Potemkin’ y en su prima gangsteril ‘Los Intocables de Eliot Ness’.

Son cinco escalones que sirven como escala de aprecio al invitado según se le reciba a pie de la escalera, se vaya a su encuentro a la altura del tercer escalón o se le espere arriba y lo primero que se le indique con un gesto sea dónde ponerse para las fotos, como le hizo Pedro Sánchez a Isabel Díaz Ayuso, la presidenta de Madrid, sólo para que estemos atentos de cómo acoge a Pere Aragonès, president de la Generalitat. Todo es retorcido y todas las escaleras son, simbólicamente, de caracol.

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