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Análisis

El 'sanchazo'

Una imagen de archivo del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. EP

Pedro Sánchez ha acometido una reforma de su Gobierno de gran calado político. Se envían mensajes hacia el exterior (Bruselas, Rabat…), se entra en una nueva dinámica política (cae el gurú Iván Redondo, cae una personalidad tan remarcada como Carmen Calvo, se manda a un rincón a Iceta y, sobre todo, cae el hasta hace poco todopoderoso Ábalos, que pierde comba no sólo en el Ejecutivo sino también en el partido), se refuerza el entendimiento con Unidas Podemos y se da un golpe de autoridad en el propio PSOE en las vísperas del congreso federal. A continuación, algunas claves a vuela pluma:

1. Sin prisioneros.

Las discrepancias en el seno del Gobierno entre su vicepresidenta política, Carmen Calvo, y el jefe de gabinete de Sánchez, Iván Redondo, no han sido ningún secreto en los últimos tiempos. Calvo, además, había mantenido una firme oposición a la ley Trans que patrocina el ministerio de Igualdad, que dirige Irene Montero, de Podemos. Mientras que Iván Redondo era visto cada vez con más recelo por la nomenklatura del PSOE, harta de que todos los aciertos se los atribuyera él y todos los errores los cargara sobre los demás. Redondo ocupaba demasiado espacio en los medios, en detrimento de la figura del propio presidente, al que hacía parecer excesivamente dependiente. Sánchez ha cortado por lo sano: no hay vencedores, todos pierden. Fuera Calvo (que podía esperarlo) y fuera Redondo (que no ha visto venir el hachazo). El quiebro de cintura es total: el lugar de Redondo lo ocupará Óscar López, mano derecha en su día de Rubalcaba, y antes de Pepiño Blanco, Un hombre cien por cien PSOE sustituye a quien, después de haber trabajado para el PP, nunca dejó de ser visto en el partido como un mercenario. Y en el Ejecutivo quien sale realmente bendecido, como nuevo ministro de la Presidencia con amplísimos poderes, es su principal rival en Moncloa, Félix Bolaños. Por cierto, otro hombre con larga biografía en el partido.

2. Mensajes hacia dentro y hacia fuera.

Lo que toca ahora es la recuperación, si por fin se deja atrás la pandemia y el letargo económico que ha provocado. Pero para que el maná que tiene que venir de Europa no encuentre obstáculos por el camino, es necesario remitir a Bruselas un mensaje de estabilidad. El ascenso de Nadia Calviño a vicepresidenta primera refuerza ese mensaje: España sabe que se la juega y se compromete a ser responsable. Asciende Calviño pero también asciende la futura candidata de Podemos, Yolanda Díaz. De vicepresidenta tercera a segunda. Se contrapesa el mensaje exterior, de moderación, con el interno, hacia la izquierda. Sánchez se entiende mucho mejor con Díaz, la única dirigente política a la que dio a conocer anticipadamente la remodelación, que con Iglesias. Y Díaz ha demostrado que se puede ser de Podemos y llegar a acuerdos con la CEOE. Su perfil institucional es innegable.

3. Podemos puede hacer un buen balance de los cambios.

Tras perder por el camino a Iglesias, sus ministros, a pesar de claras inutilidades como Castell, no se tocan, su líder 'asciende' y sus posiciones más controvertidas salen refrendadas. Díaz, al contrario de lo que hacía Iglesias, ha facilitado las cosas: la ya vicepresidenta segunda tiene claro que quiere seguir encabezando un partido de Gobierno, no de oposición.

4. La cama.

Si hay alguien a quien Sánchez le ha hecho la cama, ese es el exlíder del PSC, Miquel Iceta. Sánchez le colocó a Salvador Illa en Cataluña y se lo trajo a Madrid poco menos que tratándole como la clave de bóveda de su proyecto de España federal. Eso fue el 27 de enero, cuando lo nombró ministro de Política Territorial. Medio año después, le envía a Cultura, una cartera de segunda para un político como él. Iceta pensaba que él era la solución para Cataluña, para España y para el PSOE. Ahora se ve que, en realidad, Sánchez lo consideraba un problema. Y lo ha desactivado como pocas veces se ha visto en la política española.

5. Uy, uy, uy.

Pero si hay un desenlace inesperado en esta película, ese es el del valenciano José Luis Ábalos, que no sólo resulta despedido del Gobierno, sino que pierde su condición de número tres (en la práctica número dos, porque Adriana Lastra, la vicesecretaria general, ni tiene la ascendencia ni la trayectoria dentro del partido para mandar de verdad) del PSOE. Si hay alguien de entre los que salen o se ven menoscabados en esta remodelación al que Sánchez le debiera algo, ese es Ábalos. La remontada interna que el hoy presidente del Gobierno protagonizó cuando fue desalojado de la secretaría general del PSOE no habría podido darse si Ábalos no hubiera sido su peón de brega agrupación por agrupación. Es cierto que el ministro estaba de capa caída desde el episodio nunca aclarado de su reunión en Barajas con la vicepresidenta venezolana Delcy Rodríguez, violando de facto incluso los vetos políticos impuestos por la UE al régimen de Maduro. Pero eso, en todo caso, explicaría su salida del Gobierno, no su renuncia a la secretaría de Organización del PSOE. Al contrario, el relato al uso habría sido justamente el de alegar que Ábalos dejaba el Ejecutivo para dedicarse más al partido, a las puertas de un congreso federal. Que deje al mismo tiempo el Ministerio y la dirección del PSOE es la parte oscura de estos cambios, que está por iluminar.

Algunos dirigentes del PSPV ya especulaban ayer con la posibilidad de que esta drástica y repentina salida del escenario de Ábalos tenga que ver con una posible complicación judicial del caso Azud, el último escándalo de presunta corrupción política descubierto en València, por el que fue detenido hace unos meses Rafael Rubio, hombre estrechamente ligado a Ábalos. Se sabrá pronto si esto es así. Pero de momento, indirectamente sale beneficiado Ximo Puig, porque el sanchismo en la Comunitat Valenciana estaba muy teñido de abalismo y la caída del ministro y secretario de Organización despeja el camino de Puig hacia su reelección como secretario general del PSPV en el próximo congreso del partido.

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