El perreo en el concierto de reguetón de la plaza de toros de Palma debió de ser épico, y los botellones en las playas y las fiestas con las que miles de estudiantes de toda España celebraron que por fin se había acabado el curso más oscuro, entre la semipresencialidad, la presencialidad y la nada, y habían superado la selectividad. Los jóvenes hicieron lo que les toca por edad y condición, divertirse, pero las cifras que han provocado esas jornadas de locura colectiva son brutales. Más de mil contagiados por diferentes comunidades. Solo en Madrid hay alrededor de 3.000 estudiantes en cuarentena. La seguridad del destino Baleares, que tanto se había mimado con la llamada desescalada lenta -exasperante por momentos- en entredicho en medios de todo el mundo. Y el revuelo montado con los jóvenes confinados en el hotel covid de Mallorca, 249, de los que 64 han dado positivo por coronavirus. Y toda la literatura posterior, que si secuestro, que si retención ilegal, 200 peticiones de ‘habeas corpus’... El Govern ha cumplido con lo que marca el protocolo: cuarentena para los contagiados y sus contactos estrechos, aunque debería haberse preocupado de controlar antes esa fiesta reguetonera en plena desescalada que hasta sus propios consellers llaman «desmadre».
