Diario de Ibiza

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Prats, Xescu

Ocio y olvido

Para que no digan que quien calla otorga y aún a sabiendas de predicar en el desierto, voy a tratar de responder a la secretaria de Ocio de Ibiza, que el pasado viernes se tomó la molestia de dedicar una tribuna de opinión a la última firmada por mí en este diario. Ella comenzaba lamentando mi interés en el sector del ocio y que lo demonizo. Al amparo de la libertad de expresión y de mi propia conciencia, escribo sobre el ocio porque es el principal elemento de conflictividad en Ibiza y el que rompe la convivencia. Hay muchos empresarios que respetan las reglas del juego, pero otros han elevado a arte su habilidad para navegar en los márgenes de la ley, abusando del poder, generando una ingobernable atmósfera de inseguridad jurídica y logrando una privatización de facto de las playas, que son de todos.

Niego, por tanto, la acusación de que demonizo a este sector. El ocio es un arma de doble filo, que ha aportado mucho a la economía de la isla pero también ha condicionado su imagen internacional. La crítica, en todo caso, siempre ha ido orientada al abuso que supone saturar la costa con música en locales que ejercen de discoteca sin serlo, ya sean chiringuitos u hoteles, bajo ese eufemismo denominado beach club del que ahora parece que reniegan, como si los ibicencos tuviésemos la memoria de los peces.

Contra los bares de copas o las propias discotecas amparadas por una licencia de actividad nunca se han lanzado críticas, salvo para censurar los abusos de aquellos que se pasan los horarios, los decibelios y las ordenanzas por el arco del triunfo, o han sido acusados de no combatir con contundencia el consumo de drogas o evadir impuestos.

Abogan ustedes frecuentemente por la colaboración institucional, pero el tiempo es un juez implacable a la hora de desnudar la verdad. Ahí van un par de ejemplos recientes para que no me tilde de exagerado. El primero, relacionado con las vallas publicitarias de sus fiestas, que han convertido Ibiza en un anuncio perpetuo. Nos vendieron con grandes titulares que su asociación había aprobado por unanimidad retirarlas. Ha pasado un año y tres meses y en Platja d’en Bossa, pongamos por caso, seguimos dándonos de bruces con ellas. La mayor parte anuncian las fiestas que organiza la empresa donde trabaja su gerente.

En segundo término, permítame recordarle las acertadas críticas lanzadas por su asociación a esa discoteca que, en junio pasado, en plena pandemia, organizó una fiesta con 130 personas sin mascarilla ni distancia de seguridad, cuando estaba clausurada por decreto. Ahora, sin embargo, abrazan de nuevo a este establecimiento en el seno de su asociación, como se recibe al hijo pródigo. Con noticias como ésta, uno solo puede acordarse de Groucho Marx, cuando dijo: «Nunca pertenecería a un club que admitiera como socio a alguien como yo».

Me subraya que ustedes ya exigieron en 2015 que se limitara la creación de nuevos locales de ocio. Lo recuerdo y hasta dediqué al asunto un artículo titulado ‘Lobos con piel de lobo’. Como puede recuperarlo en la estupenda hemeroteca digital de Diario de Ibiza, únicamente le diré que aquello me produjo la misma reacción somática que cuando han tenido la enjundia de reclamar un endurecimiento del código penal para los organizadores de fiestas ilegales o exigir a la policía mayor control en los bares del puerto. Ustedes.

Me recrimina, asimismo, la alusión a la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Balears que ha prohibido al Hotel Saratoga de Palma la celebración de conciertos en sus instalaciones, argumentando que la Ley Turística de 2012, en la que algunos se amparan para llevar el ruido a las playas y convertir hoteles en discotecas sin tener licencia, no permite que dichos espectáculos se celebren con público exterior. Afirma usted que dicha sentencia no atañe a Ibiza porque aquí estos establecimientos tienen una autorización municipal. ¿Y por qué la tienen señora secretaria? Porque aquí los ayuntamientos no han hecho como Palma, que se ha negado a este abuso de camuflar como complementarias actividades que son claramente principales y la Justicia le ha dado la razón. El asunto previsiblemente traerá cola y usted bien lo sabe.

Permítame afearle por último, que no haya dedicado una sola línea al editorial que este diario publicó sobre el mismo asunto dos días antes que mi artículo. En él se defendía, por ejemplo, la necesidad de «proteger los intereses generales de los ciudadanos frente a iniciativas particulares basadas en la explotación de playas y paisajes naturales». ¿Un despiste involuntario, tal vez? ¿Quién demoniza a quién?

Nos pueden quitar la tranquilidad en las playas, pero de momento y a pesar de los reiterados intentos, mantenemos la voz. Vivimos en una isla muy pequeña, donde todos nos conocemos y nadie olvida. Termino deseando la mejor temporada posible a todos los negocios ibicencos, sean o no del ocio, que dan lo mejor de sí y operan dentro de los márgenes de las ordenanzas. Que los puestos de trabajo se mantengan e Ibiza pueda recuperar parte de lo que ha perdido en esta terrible pandemia.

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