Diario de Ibiza

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Andrés Ferrer Taberner

A pie de isla

Andrés Ferrer Taberner

Olivos y serpientes

En Ibiza conviven dos tipos de olivos: el genuino de la isla, el de toda la vida, madrugador y productivo como el que más; y otro que se importa desde hace años del sur de la península, centenario y de calibre imponente. A este último me lo han hecho ocioso, confinándolo a una función ornamental, con la que paisajistas y arquitectos de moda deslumbran a sus clientes al situarlos en los jardines o patios interiores minimalistas de sus casas millonarias. Los trasplantan místicamente aislados de otros árboles o floras menores, como si fueran el último olivo vivo del planeta, si bien parecen relegados a un papel escénico más propio de esculturas monumentales que de árboles al uso. Se les elige con la pretensión de aportar una seña botánica de mediterraneidad al conjunto arquitectónico. Qué triste cuando un ser que respira lo mismito que nosotros queda relegado a la mera comparsa del cartón piedra. Ni qué decir tiene que cerca de estos olivos suele cobijarse la típica efigie del buda de turno al acecho incitando a holgazanear al son de un insufrible mantra. Más cartón piedra.

Mientras que el primer tipo de olivo mencionado nos obsequia las aceitunas que obran el milagro del aceite ibicenco, el segundo, el del olivo decorativo, no nos ha traído a la isla más que disgustos en forma de serpiente. Estos árboles importados han sido para Ibiza lo que el manzano al Edén de la Biblia, es decir, nidos de áspides. Sin embargo, la que tentó a Eva, un mero gusano de la manzana venido a más por lujuria sin duda, figura como la encarnación del mal −el Leviatán de los judíos− en el relato del primer pulso a dios (el pecado original). Pero las serpientes que llegaron a la isla de polizones a bordo de olivos andaluces son bien reales: viven y se deslizan sinuosas e indescifrables, la mayoría culebras de herradura que han campado aquí a sus anchas por carecer el territorio de especies depredadoras que controlen su población. Han sido esos antiguos árboles agrícolas, travestidos ahora en estrellas de jardinería, su puerta de entrada, un coladero en toda regla, auténticos caballos de Troya rellenos de invasores involuntarios.

El olivo es árbol de tronco tortuoso, con formas y texturas antediluvianas y oníricas que albergan oquedades y hendiduras por doquier, cajones secretos de escritorio viejo. Tantos huecos lo han convertido en lugar idóneo para escondites. En un olivar encubrió Judas su traición hasta que afloró en un beso con labios de sierpe. Y también a cada orificio subterráneo o aéreo de estos árboles fían las serpientes su propia supervivencia, buscando escondrijo en ellos mientras hibernan. Lo que no esperaron en este caso es iniciar su sueño invernal en Andalucía y despertar luego alunizando en Ibiza, tan lejos de casa. Salir inquietas a la superficie y tranquilizarse fue todo uno al comprobar que aquí el sol también mandaba; y la misma tierra reseca que en el sur peninsular en la que ondular sus cuerpos. Eso sí, en verano echarían en falta el calor extremo del páramo aceitunado de su hogar. Pero a cambio, mira qué suerte, comida a porrillo: una alfombra de lagartijas como suelo donde escoger bocado. Lagartijas nada menos, una de sus dietas favoritas. Se preguntaban las serpientes: «¿por qué no corren cuando las sorprendo y escapan? ¿Están lerdas o qué?». No, ni una escama de tontas. Lo que ocurre es que ni estas lagartijas ni sus ancestros se habían topado nunca antes en la isla con un depredador como la serpiente, lo cual supone una enorme ventaja para ésta. El resultado es que el número de lagartijas en Ibiza desciende alarmantemente. Incluso en algunos islotes desaparece. No hablamos de un pequeño saurio común, sino de la lagartija pitiusa, una valiosísima especie autóctona, el único vertebrado endémico de las Pitiusas, un auténtico ‘incunable’ del patrimonio natural isleño, ahora en peligro de extinción por la proliferación de ofidios. Su desaparición sería una tragedia imperdonable, un fracaso colectivo.

Todo empezó a principios del año 2000. La periodista Ellie Shechet afirma en un artículo que el primer avistamiento de serpientes se produjo en 2003 en el noreste de la isla. A partir de entonces su población ha ido en aumento, extendiéndose por otros rincones insulares, imparable. Han venido para quedarse, demostrando haberse naturalizado al adaptarse sin problemas a su nuevo hábitat, pero a costa de las indefensas lagartijas, que menguan a toda velocidad.

Hasta comienzos de 2000 las serpientes en las Pitiusas eran solo un personaje de ficción como los dragones, no existían. Su propia ausencia había sido desde la Antigüedad todo un símbolo identitario isleño, lo mismo que la lagartija pitiusa constituye ahora un icono representativo. La extinción de ésta supondría tanto una pérdida biológica como cultural. ¿Cómo es posible que no hayamos impedido esto desde el principio? Queríamos autonomías para gobernarnos desde ‘casa’, y justo fuimos nosotros quienes dejamos la puerta abierta a quien no debería haber entrado jamás. Sucederá al final que cuando hayamos perdido sin remedio a nuestra lagartija, se la elevará entonces al altar de nuestros símbolos patrios institucionales. Lucirá ahí tan solo me temo, como ahora el dodo en el escudo de la isla Mauricio, aquella enorme paloma autóctona que al no poder volar la cazaron sin piedad.

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