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Mar Gómez Fornés

Tribuna

Mar Gómez

Twitter y el garrotazo

«Twitter se ha convertido en una peligrosa red sembrada

de francotiradores dispuestos a eliminar al discrepante»

Los hechos flotan ante nosotros, es imposible no verlos e interpretarlos. Pocos de nosotros tenemos ya mirada de mariposa, más bien posamos la vista en aquello que acontece con hechuras de enjuiciador.

Vamos con machete por la vida, repartiendo sentencias, amputando corazones o sesgando ideas ajenas porque no concuerdan con las nuestras; nos molesta escuchar al otro incluso antes de que le hayamos permitido acabar una frase. ¡Si es que nos da pereza hasta discrepar! Total, qué más nos da… estamos habituados a estar en uno de los bandos.

Esta manía española de politizarlo todo ha infectado nuestra forma de relacionarnos; ha contaminado hasta el ahogo y el abuso la programación televisiva destinada al desahogo y el entretenimiento. El caciquismo y la hostilidad galopa entre productoras y famosos presentadores de televisión vinculados a la prensa del corazón,salpica las pantallas y corre pareja a la atmósfera de crispación y refriega que se vive en los arrabales políticos.

Hay un ambiente de enemistad generalizado, ostensible ya durante la gestión de la pandemia, pero que de forma temeraria se ha extendido a cualquier ámbito de nuestro día a día por pequeño que éste sea.

Twitter se ha convertido en una peligrosa red sembrada de francotiradores dispuestos a eliminar al discrepante invasor que ose exponer sus argumentos. Algunos días la pantalla huele a carne quemada de tanta contienda y escozor. Una se adentra en el servicio de microblogueo más potente del escenario multimedia y siente ansiedad, turbación por la cantidad de pájaros muertos que pueda encontrar. La cacería algunos días resulta indiscriminada, sin límites ni fronteras donde frenar el insulto, el desprecio, las impertinencias.

Intentamos glosar la realidad infligiendo dolor, poniendo el acento en aquello que excite la ira del oponente y destruyendo así toda posibilidad de avenencia. Una práctica que traíamos aprendida de batallas pasadas pero que la llegada de Twitter ha conseguido agravar hasta el esperpento y el desapego.

La empatía en esta red social se ha convertido en una especie de ruta de la seda asediada por piratas que no buscan precisamente empaparse de placer estético sino verter todo tipo de emoción negativa, encender la pólvora y vomitar el hastío de sus vidas.

Twitter es el bar de la esquina donde abundan los borrachos del ego sin criterio.

Twitter o la discomunicación, lo que en psiquiatría los médicos definen como incapacidad de conectar con el entorno. Algunos días Twitter es pura ritmopatía, que es la alteración de todo y de todos. Es decir que la fobia a todo lo foráneo marca el ritmo.

Esos días concretos Twitter tiene el aspecto de una pintura negra de Goya: náuseas y deformidades. Pinturas que Goya hizo por una España sin esperanza, lo que era negro dentro, era negro también fuera; dicen que su alma estaba empapada en dolor.

¡Ay, el arte! Qué bálsamo en medio de tanta desafección. La pintura… el color contra tanto dolor. No hay como perderse en este Madrid frondoso de propuestas culturales para deslumbrarse y abandonar la pobreza espiritual que exhalan los tentáculos mediáticos.

En la exposición ‘El paisaje del rostro’ del pintor ruso Alexéi van Jawlensky que acoge la Fundación Mapfre y que visité el pasado jueves tuvo lugar mi catarsis, la limpieza emocional que necesitaba para depurarme de tanta fatiga. Es fácil, sólo hay que pararse en silencio a mirar atentamente uno de sus cuadros, con mirada de mariposa; escuchar el ritmo de las pinceladas, plas, plas, plas; dejarle que, como hace el poeta, traduzca el alma en colores, «los colores que latían en mi alma y emitían sonidos desde el interior -dice Jawlensky- canciones sin palabras».

¡Qué distante queda entonces el entorno y la materialidad de los hechos! Eso que Jawlensky dice -tras haber profundizado en sí mismo- no serle necesario, «solo rezar y preparar mi alma para un estado de conciencia religioso».

Mientras transitaba sus cuadros, en Twitter se declaraban… no sé ya cuántas guerras mundiales.

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