Mis hermanas, que no ven desde septiembre a sus hijos, el charcutero, la panadera, el del bar, los vecinos... casi todas las personas con las que hablo miran esperanzadas al próximo 9 de mayo, la fecha en que, si nada se tuerce, acabará esa insultante discriminación que permite el turismo de placer a cualquier europeo en las islas mientras a ti te vetan la entrada a la comunidad en que viven tus padres o trabajan tus retoños.
Sea para visitar a los seres queridos o simplemente para sacudirse las telarañas del encierro y recuperar la sensación de libertad, hay cientos de miles de personas en este país planeando ahora mismo su viaje, o escapada, para cuando se levante el estado de alarma. Por eso no me cabe ninguna duda de que va a a producirse una reactivación del turismo nacional en las próximas semanas y que la temporada echará a andar, aunque sea tímidamente, ya en mayo en las Pitiüses.
Pero ésta será otra temporada todavía ‘sin vacunas’, en la que habrá que vigilar que las islas se mantengan como un destino seguro tanto para los visitantes como para los que residimos en ellas y no repetir los errores del pasado verano. Hoy los controles del aeropuerto son ágiles y modélicos y, al menos con los vuelos regulares, nadie entra en Eivissa sin una prueba negativa de covid. ¿Seguirá sucediendo así cuando se multipliquen las llegadas? Parece difícil de creer desde la cola del cordón sanitario. Aun cuando lo autorice el Gobierno, o el juez, van a necesitar muchos refuerzos.
