Diario de Ibiza

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valentin villagrasa

Quince años y una vida

Llegué a Ibiza allá por el 1967, con quince años». «A trabajar, en San Antonio, en la pensión…» (de cuyo nombre sí quiero acordarme). Esta es una historia de las muchas que hemos oído contar a quienes en su día buscaron horizontes lejos de donde no los había. Esta tiene un final feliz. Han pasado cincuenta y pico de años, miles de anécdotas y todavía sigue vivo el momento en que se subió al ‘sevillano’ (expreso que hacía el trayecto de Sevilla a Barcelona. Los andaluces le llamaban ‘el catalán’) para dejar atrás, la familia (una madre casi siempre viuda con muchos hijos), una casa, alguna pobreza que otra, la aceituna de los sabañones y quizás algún amor de los de ayer, que para ‘pelar la pava’ había que salir con carabina.

«Estate atenta que la que viene es Valencia». Se decían unos a otros (todos los que luego, después de unas horas interminables, tenían que coger el barco hasta el propio San Antonio, final de trayecto). No habían oído hablar de Adlib, ni por supuesto de Smilja Mihailovitch… les confieso que por entonces yo tampoco. Vivía inmerso en los postulados filosóficos de San Agustín, quizás Kant. Ni por asomo sabía quién era Hegel y tenía nociones de Marx, por hacer la contra. Luego más tarde, dos años después en ‘preu’ ya me enteré de casi todo.

Había que trabajar dos turnos, uno aquí y otro allá, para ahorrar y mandar ‘dineros’ a cualquiera de las Puebla de una Sevilla de campo, latifundio y señorito. «Mañana empiezas sirviendo el desayuno», le dijo Pepe (el dueño). Eso sí con voz amable (me aclara, porque era muy bueno). Allá que vamos, hablando en inglés con algún deje andaluz. ¿Cofi o ti? Que era todo lo que le habían enseñado apresuradamente para atender a una pareja de ingleses, de los primeros que vinieron. Familias huyendo de las borrascas del norte y algún hippie despistado salido de las protestas contra la guerra del Vietnam. Resuelto el dilema, no sin cierto rubor. Los días trascurrieron entre risas, lágrimas, pesares, nostalgias. Muchas ‘fatigas’ para expresar la incertidumbre de una decisión que en 1967 iba a condicionar toda una vida, hasta llegar a esta Formentera del 2021 (año II del covid).

«Son casi sesenta años de incertidumbre, alegrías, tristezas, años con recuerdos o sin memoria. Resumidos en 800 palabras»

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Fin de la primera temporada, los ahorros de su sacrificio personal, el final de una adolescencia y el principio de una madurez, adquirida a base de vencer a la necesidad. Todo eso en una maleta de ida y vuelta.

Los reencuentros en la misma estación donde te separaste, apagan la tristeza de un nuevo adiós… pero no queda otra que seguir sin echar una mirada atrás. Aunque todavía te ha quedado tiempo para acordarte de que eres prisionera de un pasado. Sabiendo que el presente o mejor el futuro no tiene retorno.

Un año, otro año y suma y sigue… el primer amor; ¿no era el que dejaste allí?... No, porque aquello formaba parte del ayer. Y hoy es ya, amor de mañana, de toda una vida (me dice que llevan casi 49 años de casados y sigue siendo él). Con cuatro ahorros; de trabajos extras a los dos turnos, de algunas propinillas sisadas al placer de una tarde en cualquier terraza, como un turista más. Deciden ponerse por su cuenta. Esta vez en Formentera, en casa, que ya está bien de trotamundos. «No ha sido un camino de rosas hasta llegar hasta aquí», me relata con cierta nostalgia en la mirada y una sonrisa satisfecha de todo lo que ha conseguido. Es en ese momento cuando me retrotrae la memoria a aquel 1967 cuando Spencer Tracy se queda perplejo de ver a Sidney Poitier conquistar a su mayor tesoro, su hija. Me imagino esa escena (en colores) para una familia con raíces aquí y con la esperanza de cierta endogamia en el ambiente, viendo cómo su energía se desvía a alguien venido de otros mundos…

Al esfuerzo de un trabajo a destajo. Eran épocas de un horario que va de «ocho a muerte». Donde cada peseta, me dice con orgullo, iba la «talega de falta esto y aquello». Una larga lista de necesidades para ir progresando a medida que el turismo… cuánto alemán joven que se ha hecho viejo como nosotros ¿verdad? A ese esfuerzo, me contaba, hay que añadirle el de convencer (siempre a los más cercanos) que venir de allá no me hace diferente. Luego los hijos, o hijas. «Se criaban entre plato y plato o de servicio a servicio». Siempre quitándole horas al descanso. Son casi sesenta años de incertidumbre, alegrías, tristezas, años con recuerdos o sin memoria. Resumidos en 800 palabras para contar la historia de muchos que miran hacia atrás con nostalgia y otros que ni siquiera piensan en jubilarse de una vida a la que llegaron de un allá que estaba a tiro de un barco entre Formentera y Denia y sin fecha de caducidad.

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