Diario de Ibiza

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Marta Torres

Marta Torres Molina

Cargo: Redactora

Las Camille Claudel de la pandemia

Está sentada en la silla. Esperando. La han puesto guapa. Está recién peinada y luce la ropa de las visitas. Huele a colonia y a crema. La vista, enmarcada por un sinfín de arrugas, cicatrices de todo lo reído y lo llorado durante una vida, fija en las cristaleras de la residencia. Esperando. Aguarda en silencio mientras sus dedos artríticos acarician sin descanso un pañuelo de papel. Hace cinco minutos empezaron las visitas. La charla llega de las mesas cercanas: «¿Cómo estás?», «¿duermes bien?», «te he traído unas revistas», «Sandra te envía besos», «¿una videollamada?»... Madres e hijas. Maridos y mujeres. Hermanas. Tíos y sobrinas. Mil cosas que contarse y sólo media hora para hacerlo. Conversaciones a gritos volando sobre dos mesas de separación tratando de vencer sorderas nonagenarias. Y ella, allí. Con su ropa de las visitas, aferrada a su pañuelo de papel, la vista fija en las cristaleras. Esperando. Quince minutos ya. Y nadie al otro lado. Nadie mirándola. Nadie rompiéndose porque no puede ni siquiera cogerla de la mano. Qué buena excusa la pandemia para que algunos se olviden de sus mayores. Les rezo a San Alzhéimer y Santa Demencia. Ojalá esta Camille Claudel, que se queda esperando un día de visita tras otro, no se dé cuenta de que nadie ha venido a verla.

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