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Pilar Ruiz Costa

Una ibicenca fuera de Ibiza

Pilar Ruiz Costa

50 sombras de uno mismo

En alguna peli escuché que a partir de los 40 una mujer no debía, en modo alguno, ponerse encima en la cama. ¡Qué sé yo…! Quizá fuera un film tan filosóficamente relevante como ‘Sexo en Nueva York’. Llámenme intelectual. No lo recuerdo y permítanme que, de tanto en tanto, me lo pase pipa soñando que el sueldo de una columnista puede alcanzar para pagar un apartamento en Manhattan y hasta un vestidor repleto de pares de Manolos. Lo del arriba y abajo en la cama no iba por no asustar a tu particular Manolo con experimentos de dominatrix que le pillen por sorpresa y maldiga el día que fuisteis al cine a ver las 50 sombras de Gregorio, sino más bien a modo de consejo para lucir mona en cualquier situación. Cosas de la gravedad que, a cada día que pasa, se nos vuelve más en contra —como su maldito nombre indica: grave-edad—. Pero también, créanme, somos víctimas de la luz. A partir de equis años, además de calcio para los huesos, deberían recetarnos un casco de esos con linterna.

Sobre el mal uso de la luz seguro que se ha llevado una charla esta semana el community de La Razón que se ha colado al compartir la noticia del avión que el Pentágono quiere adquirir como nuevo Air Force One: “El prototipo incluye dos suites y está fabricado con materiales de lujo. Podrá volar a la velocidad de la luz”. De la luz. Esto es que Biden —según La Razón— recorrería los 6088 km que separan Washington DC de Madrid 25 veces —ida y vuelta— en un segundo. No le iba a dar tiempo a usar las suites ni a pedir para llevar un relaxing café con leche.

Pero lo peor de la luz no está en su velocidad, sino en las cosas que nos muestra, y las peores de todas —incluso antes de los 40—, se evidencian en los probadores. ¿Habrá lugares iluminados más a traición? Esos habitáculos estrechos, con cortinas que si cierras de aquí se abren de allá y ese halógeno cenital sacando la peor versión de uno mismo. ¿Y esas sombras? ¿Y esas chichas? Para colmo, en mi caso, si voy lo hago tan a desgana, que me pruebo la ropa solo a medio desvestir: una falda vaporosa sobre los pantalones bajados por los tobillos y la sudadera con capucha del gimnasio. Arrasando cualquier atisbo de glamur, o incluso, de dignidad. Vamos, como para tener a mi Manolo esperando fuera y entreabrir la cortinilla para preguntarle: “¿Qué? ¿Qué tal?” ¿Qué iba a contestar? ¡Pues que bien, bien! Solo porque sabe quién maneja los cuchillos en esta casa. Y no, ¡por supuesto que no todos los probadores están mal iluminados! En algunos, en vez de un zombi con michelines, te sientes una princesa: luz suave, butacas Luis XV y una mesita de café donde un dependiente muy vertical te sirve otra copita de champán entre la melodía de la suite número 1 para chelo de Bach. Porque lo que te dicen de verdad los probadores de franquicias y chumba chumba no es: “eres fea, eres gorda, eres vieja”, sino simple y llanamente: “eres pobre”. Por eso y para evitar que un día la gota que colma el vaso sea un botón que no me abrocha y acabe rompiendo una bombilla de bajo consumo y menor culpa, lo mejor es probarme la ropa en casa. O en un probador, con los vaqueros y la dignidad por los suelos, pero a sabiendas, tras tantos años, que yo sí me conozco y total, a ese espejo, me lo acaban de presentar.

Pero si el lector se encuentra en una edad, o en un momento de la vida de esos impresionables, hay dos máximas que hay que tener muy claras antes de respirar hondo, contar hasta veinte y ponerse a la cola con cuatro prendas divididas en un mismo modelito y tallas que van del por favor que no sea esta a la del ojalá: nadie es tan guapo como en las fotos de Instagram, ni tan feo como en un probador. Y la segunda: si salen monos en la escena de cama, si no les cuelgan carnes y pelos, la película está grabada en vertical. Y probablemente, hasta con dobles, que no hay escena de más riesgo que la de mostrar el culo sabiendo que algún día ocupará todo el primer plano de una pantalla de cinemascope.

Y de verdad que no se dará el caso ¡que nunca jamás se dio! Pero si a punto de alcanzar el clímax en posición prono, con las chichas centrifugando a ritmo desigual, tu pareja en supino y observándote a contrapicado va y se detiene, no para decirte sigue sigue, sino porque, desprovisto de casco con linterna, siente la irrefrenable necesidad de hacerte un comentario no solicitado del tipo: “¿Puede ser que estés engordando?”. Si alguna vez llegado el caso nos toca elegir entre que un Manolo te critique el culo o que unos Manolos te lo levanten, yo, me pido los Hangisi en raso azul con tacón de aguja y punta de almendra rematados con hebilla de cristal. Llámenme romántica, pero aquí va mi tercer y último consejo: no hay idilio que supere en tiempo e intensidad al que mantenemos con uno mismo. ¡Como para traicionarlo a estas alturas! Tardaría en zanjar el asunto lo que subirme los pantalones y largarme. Y hasta puede, puede que sucediera entonces… que la de iluminar el Zara, fuera yo.

@otropostdata

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