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valentin villagrasa

Aritmética ideológica

El resultado de las dos votaciones fallidas en el Parlament de Catalunya denota que la aritmética ideológica se ha impuesto a la aritmética independentista en la que todos creímos después del San Valentín electoral.

No es lo mismo hablar y hacer planteamientos para el objetivo final: referéndum de autodeterminación y amnistía para los encausados y condenados del procés. Desde las segundas residencias en la Cerdanya o el Empurdanet, en esta Semana Santa atípica. Allí se discute sobre Adam Smith, la escuela de Chicago o la teoría keynesiana. Diferentes formas de ver el capitalismo. Todo bajo el palio del “santuario” de Waterloo, con esa imagen fija en las pantallas de más de 60 pulgadas de un Puigdemont vigilante y con los diez mandamientos de la república catalana en las manos. No es lo mismo que hacerlo desde las salas comunitarias de cualquier ayuntamiento de las “ciutats per la independència” donde se plantea la igualdad social frente a la desigualdad capitalista desde postulados cercanos a la famosa autogestión de Tito en la Yugoslavia des satelizada de la utopía del 1917. Son lenguajes distintos porque las bases ideológicas son diferentes… Por un lado la herencia de una burguesía catalana, soberanista en sus raíces más profundas, pero que ha sabido adaptarse a las circunstancias políticas del momento desde su particular revolución industrial a finales del siglo XIX y principios del XX que derivó en una Catalunya próspera, pero con una relación social claramente paternalista. Esa misma burguesía que aprovechó la reindustrialización de la España de los sesenta asentando un tejido empresarial basado en los sectores productivos y el turismo para crear riqueza. Esa misma burguesía que ha gobernado la Generalitat durante 23 años con las virtudes, con los defectos, pero ejerciendo y recibiendo los privilegios del poder. Renunciar a todo eso, aunque sea en favor del objetivo final, cuesta, y cuesta mucho, como se ha puesto de manifiesto en estas dos votaciones.

Enfrente un tejido social surgido de las crisis económicas de los años 90 del siglo pasado, unidas a la financiera del 2008 donde se ha consolidado una desigualdad social digna de estudio, donde se habla de una generación perdida en el camino de la recuperación al estilo capitalista y donde esta Europa de los 27 debe empezar a conjugar el término “capitalismo social” para hacer frente a la inclusión de los jóvenes y no tan jóvenes que se quedaron al margen de las políticas de globalización. Ideologías hoy muy alejadas de los postulados de la “igualdad clásica”. Dónde quedaron los principios inamovibles que surgieron después de leer a Hegel, Marx y Engels. Hoy la carga filosófica se concentra en oponerse a un sistema que pone en peligro los privilegios de la clase acomodada.

En medio de estas diferencias (costará mucho vencer ciertas reticencias y sobre todo generar capacidad de cesión de unos y otros) está un Pere Aragonès, candidato in pectore, aunque no presidente de facto. Buscando un consenso, por frágil que sea, para establecer un proyecto común de gobierno que supere las diferencias de cuatro años de “muchos” gobiernos sentados en la misma mesa. El cambio de silla en Palau. Ahora ERC, antes Junts (Puigdemont) con lo que eso repercute a la hora de establecer los criterios políticos en temas sociales y económicos a la hora de plantear la hoja de ruta de la recuperación económica. Siempre desde posiciones divergentes.

Incluso tratando de superar las voluntades que llevaron al fracaso del govern anterior (de los mismos sin la CUP) Supone un ejercicio, de renuncia o generosidad a la que algunos, Junts por ejemplo, no están dispuestos a llegar. ¿Conseguirán ese acuerdo? Lo que ayer (San Valentín) era factible hoy está más complicado. Todos los implicados son conscientes de que unas nuevas elecciones, supondrían un fracaso del independentismo político y generarían frustración en un electorado cansado de divisiones internas, que no entiende que las ideologías, ni incluso los personalismos, se impongan sobre los sentimientos… Aunque otros podamos pensar que sí.

A ello se une la deriva unilateral de Puigdemont de darle una velocidad determinada a sus aspiraciones de luchar contra el Estado desde la propia institución, la Generalitat. Eso contrasta con la voluntad de la izquierda soberanista de mantener una velocidad de crucero pensando en la rentabilidad que se obtiene a cambio de garantizarle a Sánchez la estabilidad en el Congreso… las prisas de Waterloo pueden determinar finalmente, el “cómo arreglamos esto”.

La otra opción, una solución de centro izquierda e izquierda con ERC, PSC y los Comunes. Es una utopía (me dicta la experiencia). Mucho hay que remar para que este barco llegue a puerto. Lo único cierto es que Catalunya no se puede permitir el lujo de otro periodo de parálisis del sector público con la que está cayendo y con todo lo que se avecina después de la tormenta. Como diría Groucho Marx “se impone la primera parte de la segunda parte contratante”.

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