Diario de Ibiza

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Prats, Xescu

Ciudadanos menospreciados

Como ciudadanos, no existe peor sensación que la de estar gobernados por una clase política que nos trata con indolencia, como si fuéramos gente de segunda. Pese a ocupar sus cargos gracias a nuestros votos, durante esta crisis, con sus restricciones arbitrarias, sin atisbo de base científica y que además atentan contra la más elemental inteligencia, han menospreciado sistemáticamente a la población.

Con la que está cayendo, qué triste y deprimente resulta, por ejemplo, seguir las sesiones de control al Gobierno en el Congreso, donde la sima que separa a la gente de los parlamentarios se ensancha progresivamente. La amargura que habrá generado contemplar cómo los principales partidos se enfrascan en una batalla dialéctica por un inútil juego de tronos basado en unas mociones de censura que no le interesan a nadie, y que el único que cuestiona la inconcebible contradicción de que los españoles permanezcamos enclaustrados en nuestras comunidades autónomas, mientras los extranjeros aterrizan en tropel, sea el PNV. Tal y como era de esperar, recibió un puñado de evasivas por toda respuesta, pues aquello que carece de lógica y fundamento no se puede argumentar. Una cosa es la política y otra el teatro, y ya hace demasiado tiempo que se confunden.

Llegamos a la Semana Santa con la agria sensación de que a los ciudadanos de este país nuestro propio gobierno nos discrimina. ¿Cómo es posible que no podamos desplazarnos libremente por nuestro territorio mientras un alemán, un francés o un italiano, que llegan de países con una incidencia vírica desmesuradamente mayor que la media española –y no digamos ya la de Ibiza–, disfruten de una libertad que a nosotros se nos niega? ¿Qué clase de atentado a la lógica es esto? O todos, o ninguno. Y no nos valen las excusas peregrinas sobre burocracia europea y estrategias comunitarias porque los precedentes de países que han cerrado sus fronteras a otros miembros de la UE durante esta pandemia son interminables.

A esta discriminación por nacionalidad se añade otra económica. Por un lado, tenemos a aquellos españoles con posibles para disfrutar de unas vacaciones de Semana Santa en Punta Cana o cualquier otro destino extranjero que se les antoje. En contraste, todos los españoles que no disponen de tales medios, obligados a encastillarse en sus hogares incluso aunque tengan una segunda residencia en el pueblo o en la playa donde pasar unos días de descanso sin mezclarse con otras personas ni poner en riesgo la salud de nadie. Los índices de contagio son ahora inferiores que durante el verano, cuando la movilidad se permitía sin restricciones de ningún tipo.

Y ya para ahondar en esta desalentadora coyuntura, las contradicciones intrínsecas a nuestra propia isla, donde a los bares y restaurantes, que han estado cerrados dos meses, quedando en muchos casos al borde de la quiebra, solo se les permite abrir hasta las 17 horas. O el virus únicamente se activa por la tarde o que alguien nos explique, de una vez por todas, cuál es la diferencia entre permanecer en una terraza a las diez de la mañana o hacerlo a las ocho de la tarde. No existen razones científicas que lo sostengan y los ánimos de la población ya están bastante caldeados como para soportar nuevas incongruencias de los políticos, que además son los primeros en hacer excepciones a sus propias reglas y bordear la frontera de lo admisible.

Ante esta catarata de discordancias insostenibles, sorprende la inacción social. Los ciudadanos y las empresas de Ibiza han demostrado una paciencia sin límites, pero no han obligado a nuestros dirigentes a afrontar sus propias contradicciones. Y tan responsables son los gobernantes que las perpetran, por cierto, como la oposición que las tolera. Aún me resulta inexplicable, por ejemplo, cómo las asociaciones de bares y restaurantes de la isla han protestado de forma tan timorata, limitándose a convocar tímidas manifestaciones, cuando en otras latitudes han generado suficiente ruido callejero, mediático y jurídico como para obligar a sus gobernantes a dar marcha atrás en aquellas decisiones que no tienen fundamentos técnicos. De haber puesto en marcha iniciativas más beligerantes, habrían encontrado el apoyo y la complicidad de una parte de sus clientes, que no son pocos y se sienten igual de vilipendiados.

La cuarta ola ya está aquí y habrá que adoptar nuevas restricciones para evitar que los hospitales vuelvan a saturarse y tratar de salvar el verano. Sin embargo, la adopción de medidas arbitrarias sin justificación científica y que generan agravios comparativos no solo aporta argumentos a los negacionistas, sino que además constituye un atropello a toda la ciudadanía y ya hace mucho que hemos rebasado el límite de lo soportable. Si los políticos creen que todo esto pasará y los votantes olvidarán sus despropósitos, se equivocan. La huella es demasiado profunda.

@xescuprats

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