Mark Twain, en una democracia moderna apenas recién nacida, no tuvo tiempo de ver la podredumbre que vendría después y, sin embargo, se apresuró a denunciar la que conocía, porque para muestra de la corrupción del sistema ya tenía un botón del tamaño de la rueda de una camioneta. Suya es la frase de que los políticos son como los pañales, tienen que ser cambiados a menudo y por la misma razón. Ahora, los pañales cada vez duran menos y se imponen los desechables. Los liderazgos también son fugaces. Ello no impide que a un fracaso le suceda otro.
Como es imposible la política sin políticos, uno de sus mayores logros está en conseguir que nos interesemos por el juego que solo a ellos les beneficia y conviene, por encima de las auténticas necesidades y de la realidad social. Los periodistas caemos con facilidad en esa trampa que nos arrastra a debates falsos y estériles porque creemos que el análisis de la actualidad consiste en dejarse llevar por las consignas, las estrategias y el relato banal con que pretenden hacerse creíbles sus protagonistas.
El político aparece como una especie de espectro iluminado por las llamas, igual que si se tratara de un ‘performer’ a punto de arder en la hoguera. Algo que le convierte al mismo tiempo en payaso y víctima de la propia comunicación que maneja, y del espectáculo audiovisual que lo envuelve hasta aniquilar su identidad, como adelantó Chistian Salmon en aquel libro famoso titulado ‘Storytelling’. El político de moda es un producto perecedero, pero dañino. La peor consecuencia es que, en un momento en que todos deberían arrimar el hombro para sacar al país de la terrible situación en que se halla y de la trágica incertidumbre que le espera, han elegido más que nunca la confrontación por el poder. Estos días se parafrasea lo del aleteo de una mariposa en Murcia que desencadena el huracán en la política nacional. Qué cosas hay que oír…
