Diario de Ibiza

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Aracey Robustillo

De Nevenkas y Meghans

«Porque todos sabemos que si algo no se nombra, no existe»

Cartel de ‘Nevenka’ Aracely R. Robustillo

Es curioso lo que la memoria resetea de nuestro particular disco duro de recuerdos. Yo seguí a diario el caso de Nevenka Fernández en las noticias. Trabajaba de becaria minutando informativos y la historia de aquella chica, solo unos años mayor que yo, desafiando el sistema armada con una simple y poderosa palabra: dignidad; me causó una gran impresión. Tanto que cuando después de verla ganar el primer juicio por acoso sexual a un político español y la sociedad le dio la espalda para ponerse del lado del condenado, por pura rabia e impotencia dejé de pensar en ella; y entendí su decisión de hacer mutis por el foro. Reencontrarme con su cara, veinte años después, en esa ventana al mundo en la que se ha convertido Netflix en estos tiempos de pandemia, ha sido agridulce. Darme cuenta de que, como la mayoría, la había olvidado por completo fue una revelación demoledora y el mejor ejemplo de por qué es necesario darle su sitio.

En el documental, que recupera su dantesca bajada a los infiernos, su testimonio, sin florituras ni paños calientes, nos devuelve a una España difícil de digerir. Una en la que el silencio era el arma más poderosa contra las mujeres, porque si no hablaban, si no denunciaban, si no contaban su verdad, era como si no existieran sus problemas. Y así era. Ni la violencia de género, ni el maltrato, ni las violaciones, ni el acoso sexual o psicológico parecían tener lugar en aquella sociedad, porque las políticas sociales y penales, los medios y hasta las propias familias y amigos de aquellas que los sufrían, miraban hacia otro lado y por omisión, se convertían en cómplices y en verdugos de las víctimas. Porque todos sabemos que si algo no se nombra, no existe.

Así que aunque solo fuera por eso, Nevenka marcó un hito en la lucha de la mujer en nuestro país cuando decidió hablar. A ella le debemos el haber abierto el camino del ‘No es no’. Porque con 26 años, concejala de un partido político conservador (PP) en una ciudad conservadora (Ponferrada), y destrozada como estaba física y mentalmente después de meses de acoso por parte de su alcalde, Ismael Álvarez, que le doblaba la edad y al que todo el mundo en su localidad adoraba, decidió sin levantar la voz decir: basta. Lo hizo, según cuenta en el arranque del programa, porque si no, se moría. Y ese sentimiento es tan universal, caben en él tantas otras vidas paralelas, que la fuerza que desprende es imparable e inspiradora.

Aunque eso no quiera decir que hayan desaparecido los prejuicios, la misoginia o la ignorancia, con los que tuvo que luchar aquella joven concejala recién estrenado el siglo XXI. No hay más que analizar el revuelo suscitado por la entrevista que la duquesa de Sussex, Meghan Markle, concedió junto a su marido a la magnate de la comunicación Oprah Winfrey. Una mujer mestiza denuncia en televisión, embarazada de su segundo hijo y en un incuestionable contexto privilegiado, que sufrió racismo durante su estancia en la corte británica. Aseguró que lo vivido durante aquellos meses, en los que también estaba gestando una criatura, le llevó a pensar en quitarse la vida. Y algunas de las reacciones a sus palabras llevan a pensar que a lo mejor no hemos avanzado tanto. Ha habido quien le ha llamado ‘princesa Pinocho’, ‘arribista despiadada’ o ‘calculadora’. Otros han cuestionado sus intenciones, su bagaje o la pertinencia de sus declaraciones en medio de una pandemia mundial. A ella, y solo a ella, muchos monárquicos la llaman traidora, mientras algunos defienden y justifican a su ‘pobre’ marido, al que consideran una ‘víctima’ más de su ‘manipuladora’ esposa.

Lógicamente nadie esperaba que los titulares fueran que una mujer de color, de casi 40 años y divorciada ha ‘rescatado’ por fin al huérfano de Lady Di de esa tóxica cárcel de oro que le costó la vida a su madre. Todos sabemos que los cuentos de hadas no han evolucionado tanto. Pero a lo mejor hay que seguir recordándole a más de uno que el ‘calladita estás más guapa’ ya no cuela. Que las mujeres han encontrado su voz a fuerza de perderla. Y que precisamente por aquellas que todavía no se atreven a levantarla, hacen falta Nevenkas y Meghans que por su educación, por el apoyo de su entorno, por ir sobradas de recursos económicos o por sus ovarios, vaya, tienen el coraje de decir: No.

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