Diario de Ibiza

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Miguel Ángel González

Desde la marina

Miguel Ángel González

Para quien llegue a verlo

Muchos de nosotros no lo veremos, pero los que dentro de 5 o 6 décadas sigan aquí no podrán decir que era imprevisible lo que está por venir, ni lamentarse de que nadie les había prevenido. Muy al contrario. No es el primer aviso que nos dan estos papeles de que, a partir de los indicios que tenemos, a la vuelta de unos años, menos de los que cabría esperar, podremos acceder en barca a las casas de la Bomba y entrar en chalana y a remo a Santa Cruz. Los chavales ya navegamos en improvisadas balsas el entorno de la iglesia un año de diluvios y allí tuvimos el lago que en viejas fotografías puede verse. Tal vez la fecha de la sumersión anunciada, allá por los próximos 50, -como quien dice, pasado mañana-, no sea del todo exacta, pero mal haremos si nos tomamos la inundación marina a chirigota. El mar separó un día el Espalmador de Formentera y ahora se nos está comiendo a trozos Trucadors.

El anuncio que nos hacen no es de iluminados ni cenizos. Nos viene del Ministerio de Transición Ecológica que no tiene interés alguno –todo lo contrario- en que perdamos territorio, particularmente las playas que nos dan de comer. El problema es que, por más avisos que nos den, si la previsión se cumple, me temo que pintan bastos. Porque si no hay forma de ponerle puertas al campo, más difícil será ponérselas al mar. Ibiza no es Venecia para montar las compuertas de la operación Moisés. Nos quedaremos a verlas venir, incrédulos todavía, y cuando suceda lo que tenga que suceder, nos adaptaremos como podamos a lo que venga. Y a lo que quede. Es lo que hay. Volveremos a tener un hermoso freo que permitirá navegar entre Talamanca y la bahía de los viejos muelles y, mire usted por dónde, el mar pondrá punto final al desaguisado de ses Feixes, que volverán a ser marismas con anguilas y ranas. Y quienes hoy tienen muy aparente acomodo en el frontis de la bahía, a ras del agua, tendrán que dejar el coche en seco y prever varaderos al pie de los edificios para salir de su casa en barca. ¡Cosas veredes, que farán fablar las piedras!

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