Diario de Ibiza

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Gonzalez,-Elena

Los Goya de los puteros

Hace años tuvimos un putero en el trabajo que presumía de los cuerpecitos de las jovencitas que se tiraba y de sus viajes al Este para probar ‘mercancía’ fresca. Callábamos cobardes nuestro asco para no crear ‘malos rollos’. También hubo un comercial que cuando nos quejábamos de los anuncios de prostitución, antes de que el diario los retirara, nos chuleaba con que ellas pagaban nuestro sueldo, y no nos despedimos. Estábamos, al menos en mi generación, acostumbradas a la humillación y el silencio. A obviar las valoraciones de nuestras tetas. A pasar de largo ante los exabruptos sobre nuestros culos. A que cualquier extraño se sintiera con derecho a gritarnos gorda, flaca, guapa, fea... o a restregarnos la pinga en el autobús. A que se nos insultara por «zorras» o por «mojigatas». A perdonarles las ‘gracias’ a los machitos que llaman «esqueletillos» a unas y «putón verbenero» a otras y que si hoy copan noticias es solo porque se han colado en la alfombra roja, porque en el instituto, en la calle, en la oficina o en el bar estos comentarios son el pan nuestro de cada día. A ser vistas como un «plato de carne» y a tolerar que otras mujeres fueran vendidas como tales, a los clubes, a la trata y a sus ‘clientes’. «Míralas bien, de lo que están desnudas es de derechos», les dijo la gran Mabel Lozano en los Goya. Mirémoslas bien, sí, y no callemos nunca más, porque la complicidad no es solo de los que pagan por usar y abusar de estas chicas, es de todos los que se lo permitimos.

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