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Carles Sans

Tribuna

Carles Sans

Carillas y mascarillas

En 2018 en España se operaron de estética más de 400.000 personas. La franja de edad que más se opera es la situada entre los 30 y los 45 años. Casualmente, el mismo día que leía esta estadística había quedado con alguien por una cuestión de trabajo. Al llegar nos saludamos con las mascarillas puestas y después de que diéramos negativo en un test de antígenos, abrimos ventanas y nos las quitamos. Una vez a cara descubierta, ¡oh sorpresa!, aquella persona tenía una cara inesperada. Con la máscara, sus ojos y su frente daban la sensación de tener otras facciones. No sé cuáles, pero mi tendencia innata a completar la información de la media cara que me falta me hizo imaginar una cara distinta a la suya. Llevaba un bigote y me llamó la atención su sonrisa abierta y, sobre todo, unas carillas incomprensiblemente inmaculadas, de un blanco reluciente inimaginable. Aquello no era un rudimentario blanqueamiento dental, lo que aquel señor exhibía era lo más parecido a los azulejos de mi baño. Se trataba de unas fundas tan artificiales y tan imposibles en un ser humano, que no pude dejar de mirarle la boca lo que duró la reunión. Era una persona simpática y afable, por lo que hablaba y sonreía al mismo tiempo. Se le notaba satisfecho de sus baldosines, los cuales mostraba con agrado y convicción.

Acepto que alguien quiera mejorar su aspecto, sea el que sea, el de sus dientes, el de sus pechos, el de sus labios o de lo que sea; pero exceder los límites de lo que pueda parecer natural tiene sus riesgos. Uno de ellos, distraer a tu interlocutor en reuniones de trabajo.

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