Diario de Ibiza

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Juan José Millás

Vuelve la paz

En cierta ocasión una amiga decidió desprenderse de un viejo y aparatoso piano y le pedí que me lo regalara. Lo coloqué delante de la estantería en la que se encontraban los libros de los autores cuyo apellido empezaba por la ese, condenando sin darme cuenta a Stendhal y a Stevenson, entre otros, que se quedaron allí detrás, tapiados por el monstruo dentudo. El caso es que un día localicé a un afinador para que lo pusiera al día.

-Este piano -dijo haciendo vibrar una cuerda- lleva lo menos veinte años sin afinar. No va a ser fácil.

No lo fue. Estuvo dos o tres horas manipulando sus entrañas con tal delicadeza que cuando terminó me dieron ganas de pedirle que me afinara a mí. Yo también llevo muchos años sin afinar. Lo vas dejando, lo vas dejando, y llega un momento en el que estás completamente destemplado.

Fui al médico.

-El otro día -le dije- vino un afinador de pianos a casa y lo dejó como nuevo. El do suena a do, el re a re, el mí a mí, y así de forma sucesiva. Yo quiero sonar como el piano.

El médico, que es un viejo conocido, me preguntó si seguía tomándome las cápsulas de aceite de espino. Le dije que sí.

-¿Y las enzimas digestivas?

-También.

-Pues ten paciencia, son suplementos alimenticios que tardan un poco en hacer efecto.

Al salir de la consulta del médico fui directamente a la de la psicoanalista.

-¿Qué tal se encuentra esta semana? -dijo.

-Desafinado. No era consciente de que sueno mal hasta que ha venido a casa un afinador de pianos.

-¿En qué sentido cree que suena mal?

-Lo que suena mal -le dije- es mi alma. No importa la cuerda que toque. Todas chirrían.

Me dijo que quizá convenía revisar las dosis de ansiolíticos y volví a casa desanimado. Pero logré, no sin esfuerzo, mover el piano, rescaté ‘El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde’, de Stevenson, me puse a releerlo y al poco regresó la paz a mi espíritu.

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