Tuve el gran privilegio de disfrutar de los años 60 en una Barcelona intelectual, creativa y muy divertida. Eran los años de la llamada Gauche Divine. En broma decían que era "más Divine que Gauche", porque los artistas, intelectuales, diseñadores, arquitectos, modelos y personas de una gran creatividad alternaban con la alta burguesía. En aquellos años Madrid no le llegaba al zapato a Barcelona, que era la ciudad más culta y vanguardista de España. Ahora la cosa ha dado un gran giro y Madrid es la ciudad más importante.

En Barcelona yo fui un asiduo cliente de la discoteca Bocaccio. En 1968, su propietario y gran amigo mío, Oriol Regás, me contrató de jefe de expedición para llevar, en un avión privado, a ciento veinte clientes invitados a pasar tres días inolvidables en una Ibiza virgen y maravillosa.

Abandoné mi carrera de abogado y, en los años hippies, me trasladé a vivir en Ibiza, entonces muy barata y sin turismo de masas. Me hice amigo y conviví con gente cosmopolita muy atractiva, que puso a Ibiza de moda en el mundo. Fue una época irrepetible, en la que yo recorría la isla a caballo, y en las playas no había chiringuitos ni beach clubs. Yo narro historias de esa época en mi primera novela 'Réquiem por Peter Pan en Ibiza'.

En los 70 organicé las fiestas de apertura de Pacha, Amnesia, Charlie Max y KU. Entonces las discotecas tenían zonas ajardinadas al aire libre, con mucho espacio para bailar, como el que nos exigen ahora por el covid-19. Y bailábamos al ritmo de muy buena música, compuesta e interpretada por músicos, y sin ese exceso de decibelios de la música electrónica, compuesta en un ordenador por djs millonarios.

Esta nueva generación de jóvenes no baila en las macrodiscotecas, debido a que están todos apretujados en pistas con miles de personas. Por esta razón, muchas publicidades de productos en televisión se hacen con bailecitos tontos, como esos ridículos bailes en los Tik Toks en Instagram y YouTube, para ganar likes.

En Ibiza organicé también promociones y aperturas de hoteles y restaurantes. Y, debido al éxito, en los años 80 me contrataron muchas marcas internacionales, como Cartier, Tiffany, Chanel, Vuitton, Gucci, Dior, Loewe, Calvin Klein y Mango. Lo que me obligó a trabajar entre Ibiza, Madrid y Barcelona. Y también, para algún evento, en París y Nueva York.

Entonces las fiestas y los eventos eran de lujo. Los invitados iban de smoking y traje largo, y se organizaban en palacios y lugares de ensueño, con orquestas, shows y muy buenos caterings. La elegancia estaba de moda. Por desgracia ya no se organizan eventos de tan alto nivel. Se vestía con la elegancia de la alta costura o con creatividad. Y los pobres tenían el llamado "traje de los domingos" para sus días de ocio. Ahora el uniforme de moda, tanto de ricos como de pobres, es el vaquero roto y las zapatillas de deporte.

Durante diecinueve años seguidos, entre los años 70 y los 90, pasé los meses de octubre, noviembre y diciembre en Nueva York. En aquellos años Nueva York era impresionante. Yo disfruté mucho asistiendo a fiestas y bailando en la mejor discoteca del mundo: Studio 54. Donde me codeé con personajes famosos, políticos, aristócratas, artistas y modelos internacionales. Y empecé a hacerles fotos y a entrevistarlos para publicar en la prensa española.

En los años 60 y 70, con muy poco dinero, hice largos viajes, cuando no había turismo de masas, por Marruecos, Kenia, India, Bali, Ceylán, China, Turquía, Grecia, México, Haití, Tailandia, Singapur y Egipto, donde recuerdo que galopé a caballo alrededor de las pirámides, con el arquitecto Ricardo Bofill, y sin ver a nadie. También crucé desiertos en camello, y pude hacer unas fotos fantásticas, con las que he hecho varias exposiciones. Era como trasladarse a paraísos de siglos pasados.

En aquellos años, la arquitectura rústica y los atuendos de los habitantes de esos países eran auténticos, folclóricos y de una gran belleza y colorido. Como también lo fueron la arquitectura y la ropa de los payeses ibicencos cuando, en los años 60 y 70, la isla era pobre. Hoy día sería imposible llevar esos atuendos a diario porque parecerían disfraces.

Ahora, sesenta años más tarde, cuando uno viaja por aquellos países, se encuentra con que, en vez de la ropa folklórica, los habitantes visten vaqueros y camisetas, incluso de conocidos clubs de futbol, y llevan un móvil en la mano. Hoy día se viaja por un mundo globalizado lleno de turistas, que se hacen selfies para colgar en las redes sociales.

La nueva generación de jóvenes ya no puede conocer aquellos paradisíacos lugares. Solo pueden verlos en documentales y en películas. Porque ya no es posible viajar como en las privilegiadas décadas de mi juventud. Y no pueden comprender que se vivía muy bien sin móviles y sin ordenadores. Y que se realizaban trabajos impecables con tan solo teléfonos fijos y máquinas de escribir. Ahora somos todos esclavos del móvil y de Internet. Es otro mundo al que me he adaptado sin problema, pero en el que encuentro mucho a faltar el sentido de la estética y la cálida relación basada en la conversación hablada, cara a cara. Porque, en este siglo, nos pasamos todo el día "whatsappeando" en una pantalla, usando un jeroglífico con infantiles emoticonos, y mutilando las palabras, llenas de errores ortográficos debido a teclear con rapidez.

Los que pudimos disfrutar de aquellas tres irrepetibles décadas somos unos grandes privilegiados. A veces pienso que lo he soñado todo. Por suerte conservo muchas fotografías de Ibiza y de mis exóticos viajes de aquellos años.