En un programa de la BBC inglesa se burlaron del Caganer y del 'Fer cagar el tió', esa loca tradición catalana para obtener los regalos de Navidad. Y, en otro programa de televisión inglesa, un cómico también se mofó del 'Caga tió', provocando grandes carcajadas a los espectadores.

Unos amigos ingleses, que no conocían esas escatológicas tradiciones navideñas, me llamaron muy sorprendidos y me preguntaron si era verdad que, en Cataluña, hay que alimentar a un tronco de madera, durante el mes de diciembre, y luego darle una paliza para que cague los regalos. Les expliqué que esa era una vieja tradición de campo que se había perdido hasta que, en 1975, el ilustrador Ferrán Margarit le puso cara y una barretina al tronco de madera. Y así resucitó el Tió en la Navidad catalana, pero como algo cómico.

Los ingleses, acostumbrados a colgar en la chimenea un navideño calcetín para que Santa Claus deje los regalos, me hicieron todo tipo de comentarios:

«¿No sería mejor darle al tronco un laxante y evitar la paliza?» «¿Hay que enviar los regalos recién cagados a la tintorería?» «¿Dónde celebran los catalanes la noche de Navidad? ¿En el salón o en el WC?».

También me pidieron que les explicase por qué, en Cataluña, ponen a personas defecando en los pesebres.

Les conté que las figuritas de los Caganers, defecando en cuclillas, tienen origen en el siglo XVIII. Pero que no son exclusivamente catalanas. Están también en los pesebres de Murcia (Cacones), Nápoles (Pastore che caca) y Portugal (Cagoes). Y que se decía que no poner un Caganer en los pesebres traía mala suerte a las casas.

En los últimos años, al clásico Caganer con barretina lo han convertido en un homenaje, o en una burla, a personajes famosos. Hay una enorme colección de Caganers famosos. Este año se ha visto cagar, con el culo aire, a Donald Trump, Messi, el Papa, Rosalía, Fernando Simon, el Rey Felipe VI, Greta Thunberg y muchos más. Es un tema de humor catalán escatológico. Aunque no hace gracia a todo el mundo.

Una amiga inglesa, con cara de asco, me dijo que le habían regalado una cesta de Navidad que contenía una caja de galletas Pets de Monja.

La tranquilicé diciendo que esas galletas eran deliciosas y que no tenían nada que ver ni con pedos ni con monjas. Le conté que, en el siglo XIX, un pastelero italiano afincado en Barcelona produjo una galleta que parecía un pezón femenino. Y la llamó Petto di monaca (pecho de monja).

Pero en Cataluña, en broma y para evitar monjiles insinuaciones sexuales, el nombre de las galletas derivó en Pets de Monja (Pedos de Monja).

Entonces mi amiga me contestó:

«Si en Cataluña los regalos se cagan y se defeca en los pesebres, no es extraño que unas galletas lleven nombre de pedos. Se las regalaré a mi jardinero Jordi, que es de Girona, y seguro que le gustarán».

Aunque me divierte el humor escatológico, la verdad es que yo también prefiero las costumbres navideñas nórdicas a esas peculiares tradiciones catalanas.