Tiré el calendario de 2020 a la basura hace unos días. Poco más se podía esperar de este año ya, en cualquier caso nada bueno. Los días que aún faltaban por llegar vigilaban con mirada aviesa desde el almanaque, como si advirtieran de que aún podían sorprendernos con algo peor. Ni siquiera le dejé la digna opción del reciclaje, para evitar que siguiera esparciendo gafe allá por donde tocara. Se me pasó por la cabeza quemarlo con una suerte de conjuro de queimada gallega, pero descarté de inmediato la idea porque tal como ha ido el año de torcido, la hoguera solo podía acabar con un incendio descontrolado. Eché con asco y desdén el calendario al cubo junto con los restos de comida, la masa de porquería y pelusas que había vomitado el aspirador y lo que quedaba del tiramisú que solo perpetro de Nochebuena en Nochebuena, con resultado siempre mejorable. Enseguida cerré bien la bolsa y la llevé al contenedor, pues quería alejarme cuanto antes de este año de las siete plagas.

Ahora miro con inquietud el calendario de 2021, aún inmaculado, con la misma pinta de inofensivo que tenía 2020 hace justo un año, cargado todavía de expectativas, deseos y proyectos que en solo dos meses se esfumaron. Les deseo que 2021 al menos les permita soñar.

@ cmartinvega